14 de mayo de 2015

Un chico de barrio

A cambio de nada (2015)

Dirección y guión: Daniel Guzmán
Intérpretes: Miguel Herrán, Antonio Bachiller, Luis Tosar, María Miguel, Antonia Guzmán, Felipe García Vélez, Patricia Santos, Miguel Rellán, Álex Barahona, 
Fotografía: Josu Inchaustegui
Música: Varios


Doce años le ha costado a Daniel Guzmán sacar adelante su ópera prima como director tras su debut con el cortometraje Sueños (2003), ganador del Premio Goya y la Espiga de Oro del Festival de Valladolid. Más allá de reflejar lo complicadas que están las cosas en el cine español en materia de financiación, este tiempo demuestra el carácter luchador del cineasta y su objetivo de filmar la película exactamente de la manera en que la había concebido. Su personal visión de la historia pasaba, entre otras cosas, por contar con el protagonista adecuado, incluir, necesariamente, un personaje para su abuela y usar canciones de Julio Iglesias como banda sonora. Visto el resultado, parece que la tozudez de Guzmán ha valido la pena ya que, precisamente, son estos tres de los elementos más destacables de la cinta, sumados a una frescura y realismo que ya conocíamos de su trabajo anterior. 

A cambio de nada sigue siendo, en parte, el mismo universo que el de aquellos chicos de barrio que soñaban, se peleaban y tiraban huevos a la policía desde la azotea de sus casas bajo el sol veraniego. La diferencia es que aquí son algo más mayores y la realidad y los problemas los viven con una distancia distinta. La idea de la amistad entendida como un código, donde el cariño se demuestra con través del insulto y las collejas, sigue presente pero, esta vez, encontramos también los demás vínculos del antihéroe marginal como, por ejemplo, las chicas, la familia y la autoridad. 

Lo más interesante del filme es la forma en que Darío (un fantástico Miguel Herrán) paga las consecuencias de un entorno hostil con el que no sabe lidiar. Su huida, finalmente, se basa en la construcción de una familia alternativa, elegida por él, concepto tan profundo como natural con el que Guzmán demuestra una gran madurez estilística. Sin embargo, en el abanico de situaciones y frentes abiertos del guión, existe cierta dispersión narrativa. El ritmo es bueno pero, quizás, abusa de tramas episódicas que, pese a enriquecer el perfil psicológico de los personajes, no acaban de dejar claro hacia dónde nos llevan. 

Las influencias (declaradas o no) de Guzmán son, en realidad, toda una tradición de cine social iniciada por Perros callejeros (1977) y que vivió una nueva etapa con Barrio (1998) y El Bola (2000). Esta corriente en la que se da una visión carismática de la delincuencia y que, durante mucho tiempo, ha sido tan representativa de nuestro cine, no termina aquí de reinventarse. No obstante, consigue darle algo de aire fresco a aquel espíritu hoy injustamente devaluado y que, en realidad, siempre ha obtenido muy buenos resultados.

Recomendado para amantes de las historias reales que sepan valorar el talento joven (y no tan joven).
No recomendado para quienes carguen con demasiados prejuicios sobre el género.

No hay comentarios: