31 de mayo de 2015

Fantasmas en el plasma

Poltergeist (Poltergeist, 2015)

Dirección: Gil Kenan
Guión: David Lindsay-Abaire
Intérpretes: Rosemarie DeWitt, Sam Rockwell, Jared Harris, Kyle Catlett, Jane Adams
Fotografía: Javier Aguirresarobe
Música: Marc Streitenfeld

Cada vez que llega a nuestra cartelera un remake con un resultado tan poco imaginativo como el que nos ocupa (y lo cierto es que sucede demasiado a menudo), no nos queda otro remedio que repetirnos siempre la misma pregunta: ¿qué necesidad había? Probablemente, la respuesta sea: ninguna. O, dicho de otra manera: vagos intereses económicos basados en cálculos de recaudación que, normalmente, suelen salir rentables. Pero más allá de la holgazanería y el tacticismo de los magnates de Hollywood, el caso es que pocas opciones tenía el director Gil Kenan de aportar algo nuevo al icónico filme que en 1982 dirigió Tobe Hooper bajo el guión, producción y supervisión de Steven Spielberg. No sabemos si Kenan, realmente, se lo ha tomado como un encargo rutinario o si no ha tenido libertad creativa pero, de cualquier forma, la propuesta en sí misma tampoco tenía mucho sentido. Primero, porque el Poltergeist original impactó de tal manera en la cultura popular que ya ha tenido toda una serie de remakes encubiertos a lo largo de los años, como ha pasado con otros hitos del terror como El exorcista (1973). En segundo lugar, el género ha tenido una doble revitalización, recientemente, por un lado, en su versión low cost con la saga iniciada con Paranormal activity (2007) y, por otro, con la espeluznante Insidious (2010) y sus continuaciones. Y, por último, porque las escenas más representativas del filme original (a las que no se podía renunciar) están demasiado vinculadas al momento en el que se filmaron; sirvan como ejemplo la televisión de tubo y la niebla tras la finalización de la emisión que, hoy en día, están totalmente fuera de contexto.

Así, la única aportación de esta versión descafeinada de las aventuras paranormales de Carol Anne (ahora Madison) y su familia es el pelo castaño de la niña, un puñado de tabletas electrónicas desaprovechadas, unos cuantos payasos (en lugar de uno) y un gran plasma de pantalla plana que ya ha perdido toda la fuerza y el sentido. Solamente, el uso (algo gratuito) de un dron en la investigación resulta verdaderamente novedoso, aunque también algo banal y poco trascendente.

Lo peor de todo, en realidad, es que la cinta tiene un grave problema de tono difícil de justificar. Por algún motivo que, seguramente, responde a estudios de mercado, se han añadido unos toques de humor (sobre todo, ligado a la hija adolescente) que ridiculizan una atmósfera de debería ser angustiosa. Incluso la figura del medium, en esta ocasión, está enfocada como la de un showman televisivo, réplicas ingeniosas incluidas, que no le llega ni a la suela de los zapatos a la enigmática espiritista interpretada por la mítica Zelda Rubinstein.

A parte de eso, a quienes no hayan visto la original, quizás les parezca entretenida, aunque también algo ingenua y con demasiados subrayados en torno a la idea de familia unida. Solo nos queda, ante esta tendencia inevitable, la esperanza de que, con los años, prevalezcan en nuestra memoria únicamente las versiones primigenias y olvidemos de nuestro imaginario que alguna vez existieron remakes tan mediocres como éste.

Recomendado para adictos a las nuevas versiones de nuestros clásicos ochenteros (independientemente del resultado).
No recomendado para quienes busquen revivir las emociones de la original.

30 de mayo de 2015

Frenética salvajada

Max Max: Furia en la carretera (Mad Max: Fury Road, 2015)

Dirección: George Miller
Guión: Nick Lathouris, Brendan McCarthy, George Miller
Intérpretes: Tom Hardy, Charlize Theron, Nicholas Hoult, Rosie Huntington-Whiteley, Nathan Jones, Zoë Kravitz
Fotografía: John Seale
Música: Junkie XL

En un momento en el que parecía que ya solo existían dos modelos de cine comercial (la pirotecnia superficial y efectista de Michael Bay o la densidad narrativa del más pretencioso Christopher Nolan), George Miller ha dado una patada al tablero de juego totalmente inesperada y revolucionaria. Treinta años después de su anterior entrega, Mad Max: Furia en la carretera reivindica, para disfrute de todos, un modelo de cine de acción auténticamente ochentero donde se respira el polvo, se huele el sudor, la sangre salpica y los coche chocan y explotan de verdad. Parece mentira que un director de más de 70 años sea capaz de firmar una película que, siendo una simple secuela tardía (o reboot, como queráis), resulte más moderna, más atrevida, más frenética, sorprendente y divertida que casi cualquiera producto similar actual firmado por alguno de los nuevos cineastas. Como ya vimos con El lobo de Wall Street de Martin Scorsese, parece que la experiencia es un grado a la hora de dominar el ritmo y el pulso narrativo, y que la osadía y la desvergüenza es una cuestión de espíritu más que de juventud.

Miller no solo ha rodado en escenarios reales sino que ha utilizado los mínimos efectos digitales, potenciando el realismo de cada escena y buscando sacar partido al maquillaje, el diseño de los coches, la apurada fotografía, el vestuario y toda la parafernalia postapocalíptica al servicio de unos personajes originales y muy bien definidos. La cámara nos muestra lo que ocurre en cada momento con planos abiertos, sin movimientos demasiado bruscos, reforzando sus virtudes con un montaje ejemplar que huye del estilo videoclipero tan recurrente y cuya banda sonora es la propia celebración de la desmesura. Es cierto que, por momentos, arriesga demasiado, por ejemplo, con la figura del guitarrista, los flashbacks del protagonista o las secuencias a cámara rápida que rozan el ridículo. Pero, en realidad, toda la saga ha tenido siempre ese aire autoparódico al que, por contexto, se le pueden conceder ciertas licencias.

Sin embargo, lo mejor de la cinta es que aporta muchas novedades a un universo que creíamos ya agotado. En esta ocasión, Max Rockatansky, interpretado por un vigoroso Tom Hardy a la altura del personaje, reparte el protagonismo en una historia mucho más coral y feminista en la que Charlize Theron se erige como nuevo (y quizás definitivo) incono de la franquicia. Por no hablar del diseño de esa sociedad fundamentalista, la secuencia nocturna o la tormenta de arena. Por lo demás, la voz en off del atormentado Max sigue una línea muy cercana al cómic, digamos, de la escuela de Frank Miller, que hará las delicias de los aficionados a la épica nihilista.

Como sus propios vehículos, la película es una carrera que avanza siempre hacia adelante; una inagotable persecución, llena de violencia lúdica e ideas delirantes. Abrumadora para los sentidos, quizás haya quien sea incapaz de entrar en esta especie de western bizarro de extrañas criaturas, tullidos, locos disfrazados, viejas con metralleta, embarazadas y vándalos deformes. Aunque raro sería, puesto que es un filme que arrastra de forma algo inevitable; como un camión al que te subes o te pasa por encima.

Recomendado para amantes de la acción pura de ritmo inagotable.
No recomendado para verosimilistas o mentes cerradas a la ciencia-ficción excesiva. 

14 de mayo de 2015

Un chico de barrio

A cambio de nada (2015)

Dirección y guión: Daniel Guzmán
Intérpretes: Miguel Herrán, Antonio Bachiller, Luis Tosar, María Miguel, Antonia Guzmán, Felipe García Vélez, Patricia Santos, Miguel Rellán, Álex Barahona, 
Fotografía: Josu Inchaustegui
Música: Varios


Doce años le ha costado a Daniel Guzmán sacar adelante su ópera prima como director tras su debut con el cortometraje Sueños (2003), ganador del Premio Goya y la Espiga de Oro del Festival de Valladolid. Más allá de reflejar lo complicadas que están las cosas en el cine español en materia de financiación, este tiempo demuestra el carácter luchador del cineasta y su objetivo de filmar la película exactamente de la manera en que la había concebido. Su personal visión de la historia pasaba, entre otras cosas, por contar con el protagonista adecuado, incluir, necesariamente, un personaje para su abuela y usar canciones de Julio Iglesias como banda sonora. Visto el resultado, parece que la tozudez de Guzmán ha valido la pena ya que, precisamente, son estos tres de los elementos más destacables de la cinta, sumados a una frescura y realismo que ya conocíamos de su trabajo anterior. 

A cambio de nada sigue siendo, en parte, el mismo universo que el de aquellos chicos de barrio que soñaban, se peleaban y tiraban huevos a la policía desde la azotea de sus casas bajo el sol veraniego. La diferencia es que aquí son algo más mayores y la realidad y los problemas los viven con una distancia distinta. La idea de la amistad entendida como un código, donde el cariño se demuestra con través del insulto y las collejas, sigue presente pero, esta vez, encontramos también los demás vínculos del antihéroe marginal como, por ejemplo, las chicas, la familia y la autoridad. 

Lo más interesante del filme es la forma en que Darío (un fantástico Miguel Herrán) paga las consecuencias de un entorno hostil con el que no sabe lidiar. Su huida, finalmente, se basa en la construcción de una familia alternativa, elegida por él, concepto tan profundo como natural con el que Guzmán demuestra una gran madurez estilística. Sin embargo, en el abanico de situaciones y frentes abiertos del guión, existe cierta dispersión narrativa. El ritmo es bueno pero, quizás, abusa de tramas episódicas que, pese a enriquecer el perfil psicológico de los personajes, no acaban de dejar claro hacia dónde nos llevan. 

Las influencias (declaradas o no) de Guzmán son, en realidad, toda una tradición de cine social iniciada por Perros callejeros (1977) y que vivió una nueva etapa con Barrio (1998) y El Bola (2000). Esta corriente en la que se da una visión carismática de la delincuencia y que, durante mucho tiempo, ha sido tan representativa de nuestro cine, no termina aquí de reinventarse. No obstante, consigue darle algo de aire fresco a aquel espíritu hoy injustamente devaluado y que, en realidad, siempre ha obtenido muy buenos resultados.

Recomendado para amantes de las historias reales que sepan valorar el talento joven (y no tan joven).
No recomendado para quienes carguen con demasiados prejuicios sobre el género.

5 de mayo de 2015

Máximo entretenimiento

Vengadores: La era de Ultron (The Avengers: Age of Ultron, 2015)

Dirección y guión: Joss Whedon
Intérpretes: Robert Downey Jr., Mark Ruffalo, Scarlett Johansson, Chris Evans, Chris Hemsworth, Elizabeth Olsen, Jeremy Renner, Aaron Johnson, Paul Bettany
Fotografía: Ben Davis
Música: Brian Tyler y Danny Elfman

Pese a las constantes quejas por la denominada "invasión" del cine de superhéroes en estos últimos tiempos, deberíamos estar agradecidos a directores como Joss Whedon o Christopher Nolan por esforzarse en ofrecer en cada película un espectáculo de calidad máxima, aunque tengan que pagar, algunas veces, el precio de la pretenciosidad. Hay que estar contentos como amantes del cine porque, en realidad, no hay necesidad ninguna de cuidar el guión para obtener un gran éxito de taquilla cuando la marca se vende por sí sola, como hemos visto con la agotadora saga Transformers y, en general, con el cine de Michael Bay. Digamos que es una cuestión de respeto por su trabajo como cineastas, por el arte de la narración y por el propio público al que interpelan como sujeto inteligente. Esta tendencia, tan estimable como poco valorada por los críticos, sigue el camino marcado por, entre otros, J. J. Abrams, Peter Jackson o el precursor Steven Spielberg, y culmina aquí con lo que sería (en su género) el entretenimiento perfecto.

Se nota que Whedon conoce meticulosamente el universo y la historia que relata, así como el perfil psicológico de todos y cada uno de los personajes. Controla con minuciosidad cada detalle de la mastodóntica estructura que tiene que manejar y sale airoso pese a que podría haberse estrellado por el camino entre su amplio reparto coral y su acción frenética. Supera, de esta manera, con talento y agilidad, las expectativas de una secuela que tenía el listón muy alto.

Tal heroicidad -si se me permite el chiste- se resume en tres aspectos. Primero, la correcta ubicación y tratamiento de cada personaje, sin desmerecer a ninguno, matizando sus diferencias, y aprovechando sus peculiaridades para avanzar hacia adelante. En segundo lugar, su espectacularidad visual que, en ocasiones, peca de parecerse demasiado a la estética de un videojuego, pero que, después, nos maravilla con sus planos secuencia mostrando a todos los Vengadores en acción. Por último, sus diálogos: originales, frescos y divertidos, pero también certeros y hasta trascendentes, alejados de cualquier lugar común. Si a esto le sumamos sus momentos de cotidianidad (la fiesta) y un villano complejo que otorga contradicciones a las motivaciones del grupo, podemos decir que nos encontramos ante un filme comercial y pirotécnico... sí. Pero de los de quitarse el sombrero.

Recomendado para amantes del entretenimiento de máxima calidad (sin prejuicios contra la mallas de licra). 
No recomendado para los que no disfrutaron con su primera entrega.