27 de febrero de 2015

Heroicidad panfletaria

El francotirador (American Sniper, 2014)

Dirección: Clint Eastwood
Guión: Jason Hall
Intérpretes: Bradley Cooper, Sienna Miller, Luke Grimes, Jake McDorman, Kylle Gallner
Fotografía: Tom Stern
Música: Clint Eastwood, Ennio Morricone

Tras una serie de películas algo más blandas y desacertadas de lo que nos tenía acostumbrados como Más allá de la vida (2010) y Jersey Boys (2014), o del algo estrambótico biopic J. Edgar (2011), Clint Eastwood parecía decidido a volver a ponerse serio para contarnos algo nuevo acerca de los horrores de la guerra. Sin embargo, la historia del marine Chris Kyle (interpretado por un entregado y sutil Bradley Cooper) que batió el récord de muertes como francotirador del ejército americano se centra más bien en justificar la figura del héroe que en cuestionar la política militarista estadounidense. En muchas otras ocasiones, el director de obras maestras indiscutibles como Sin perdón (1992) ha reflexionado sobre la violencia como característica inherente a la condición humana, abordando aristas tan complejas como la idea de venganza frente a la de justicia, el odio frente a la clemencia o el dolor respecto a la empatía. Por este motivo, resulta llamativa la simpleza con la que está narrada la cinta, esquivando de forma casi irresponsable cualquier cuestionamiento político del conflicto, para centrarse en subrayar la nobleza del protagonista.

Las escenas de acción de la primera parte son emocionantes y generan una tensión adecuada para situarnos rápidamente en contexto. No obstante, poco a poco, van perdiendo fuelle debido a una reiteración absurda que termina por convertir la propuesta en insoportablemente monótona. Tampoco ayuda la caricaturización de los iraquíes, dibujados como villanos detestables, sin matiz alguno ni verosimilitud. De esta forma, Eastwood cae en un maniqueísmo impropio de su cine en el que, entregado ciegamente a un solo punto de vista, se dedica a respaldar la actitud sanguinaria del combatiente con ejemplos de panfleto patriotero, sin aportar mucho más.

El retrato de las secuelas psicológicas tras volver con su familia resulta algo más interesante. Desgraciadamente, la exquisitez interpretativa de Cooper cae en saco roto puesto que, de nuevo, se plantean situaciones estereotipadas que no llevan a ningún lugar que no sea el de compadecerse de un hombre que lo ha dado todo por su país y, por lo tanto, merece todo nuestro respeto. Ni siquiera se nos muestra en pantalla el verdadero final del personaje cuando podría haber sido un buen revulsivo para añadir márgenes distintos a la tesis principal. Pero, quizás, eso hubiera abierto un debate que, en realidad, parece ser lo contrario de lo que el filme pretende.

Recomendado para devotos de su patria, su familia y su bandera.
No recomendado para quienes tengan dudas sobre la distinción entre lobos y perros pastores.

20 de febrero de 2015

Perversa sutileza

Foxcatcher (Foxcatcher, 2014)

Dirección: Bennett Miller 
Guión: Dan Futterman, E. Max Frye, Kristin Gore
Intérpretes: Steve Carell, Channing Tatum, Mark Ruffalo, Sienna Miller, Anthony Michael Hall, Vanessa Redgrave, David Bennett, Lee Perkins
Fotografía: Greig Fraser
Música: Rob Simonsen

En muchas ocasiones, el cine norteamericano comete el error de querer dar demasiadas explicaciones o de ponerse moralista a la hora de abordar una tragedia (especialmente, si está basada en hechos reales). Por este motivo, la aparición de películas tan perversamente sutiles como Foxcatcher resulta, de vez en cuando, todo un milagro narrativo. Bennett Miller, director de la ya algo morbosa Truman Capote (2005) y la más convencional Moneyball (2011), dirige con precisión y una oscura mirada la historia de Mark Schultz (Channing Tatum), medallista de oro olímpico invitado por el millonario John Du Pont (Steve Carell) a entrenar en su magnífica mansión. El conflicto, como cabía esperar, no tarda en aparecer. ¿Cuáles son las verdaderas intenciones del rico heredero?

Lo magistral del filme es que esta pregunta nunca llega a responderse. La cinta nos advierte con infinitud de pequeños detalles que estamos ante un personaje de mente retorcida y graves problemas emocionales. Sin embargo, una figura tan compleja y atormentada como ésta no puede retratarse en trazos gruesos ni su enfermizo comportamiento reducirse a un solo trauma. De ahí que el director haya decidido enseñar solo la punta del iceberg de este entramado de relaciones tóxicas en el que nadie está totalmente libre de culpa.

Como en las mejores películas de terror, el monstruo da más miedo cuanto menos veamos de él. Las extrañas conversaciones vacías entre los protagonistas, sus gestos, su miradas o sus repentinos enfados nos hacen imaginar que lo peor de todo no se nos está mostrando. Esa inquietud velada produce una incomodidad que irá en aumento hasta volverse insoportable y culminará en un clímax tan (de alguna forma) esperado como desalentador.

No obstante, si tomamos la historia desde su lectura política, crítica al sueño americano incluida, puede parecer algo mucho más simplista y es ahí donde surgen algunos de sus puntos débiles. Afortunadamente, su atmósfera opresiva y sus perturbadoras interpretaciones (en especial, la de Carell: fascinantemente sombrío, a pesar de su aparatoso maquillaje), otorgan al conjunto la uniformidad tonal que matiza sus irregularidades. Miller actúa, en este sentido, con la maestría de quien sabe señalar lo peor del ser humano sin ni siquiera sacar las manos de los bolsillos.

Recomendado para sibaritas de la perversión servida con sutileza.
No recomendado para quienes respiren con dificultad en ambientes disfuncionales.

11 de febrero de 2015

Breve historia de Hawking

La teoría del todo (The Theory of Everything, 2014)

Dirección: James Marsh
Guión: Anthony McCarten
Intérpretes: Eddie Redmayne, Felicity Jones, Charlie Cox, David Thewlis, Emily Watson
Fotografía: Benoît Delhomme
Música: Johann Johansson

Los ingredientes que todo buen biopic tiene que tener para alcanzar el éxito son: un personaje real que todo el mundo conozca, un mensaje de superación personal y una jugosa historia de amor que lo acompañe. En este sentido, La teoría del todo podría ser la película perfecta, al menos, en su género. Sin embargo, la sensación tras su visionado es que algo falla en lo que nos han contado... algo que no se ve fácilmente, pero se intuye de forma evidente. Y es que el empaque, tanto formal como narrativo, es demasiado perfecto hasta el punto de perder verosimilitud. Un poco como ocurre con The Imitation Game (2014), a sus creadores se les nota demasiado la intención de querer gustar a todo el mundo. Eso implica un exceso de amabilidad y edulcoramiento en una exposición que podría haber tenido momentos desgarradores y que, en cambio, resulta de lo más simpática.

La película es agradable, entretenida y contiene secuencias verdaderamente hermosas. El problema es su falta de valentía y su exceso de buenas intenciones. James Marsh, su director, toma todas las precauciones posibles para que el drama emocione pero sin doler, y que los personajes muestren siempre su lado más luminoso. Mientras que, por otro lado, no existe ningún esfuerzo por explicarnos la complejidad de la mente del protagonista, cómo llega a dar con las claves de su aportación científica y qué hay de él en sus teorías astrofísicas.

Es cierto que el personaje de la mujer de Hawking (Felicity Jones) es el más interesante del filme y el que lleva el verdadero conflicto. No obstante, no llega a afrontarse de forma directa en ningún momento, al contrario: nos la dibujan de forma algo idealizada y con un comportamiento impecable hasta el último momento, desaprovechando, así, su potencial. Por su parte, Eddie Redmayne realiza un buen trabajo interpretativo aunque no podemos obviar que ayudado de un maquillaje muy logrado.

Pero lo que de verdad salva la cinta de parecer un producto de televisivo de sobremesa es su extraña magia en la manera de contarnos los hechos. Con elegancia y delicadeza, engatusa al espectador de principio a fin, ayudado de una música y una fotografía muy cuidadas, lo cual tiene un valor y un mérito indiscutibles.

Recomendado para amantes de los biopics académicos y sensibleros.
No recomendado para adversarios de la amabilidad y el edulcoramiento (aunque sea justificado).

6 de febrero de 2015

Morador de la noche

Nightcrawler (Nightcrawler, 2014)

Dirección y guión: Dan Gilroy
Intérpretes: Jake Gyllenhaal, Rene Russo, Riz Ahmed, Bill Paxton, Kevin Rahm, Ann Cusack, Kathleen York
Fotografía: Robert Elswit
Música: James Newton Howard

Aunque escenario menos recurrido que Nueva York, la ciudad de Los Angeles se ha utilizado en multitud de ocasiones en el cine como símbolo de la decadencia del sueño americano. Películas de género negro como Chinatown (1974) o L.A. Confidential (1997), pero también dramas humanos como Crash (2004) o Un día de furia (1993), han puesto de manifiesto el aire malsano que los habitantes de esta metrópolis universalmente idealizada respiran, en realidad, tanto por dentro como por fuera. La exteriorización de los instintos más primarios, la ausencia de horizontes morales y, sobre todo, la convivencia con las diferentes formas de violencia son algunos de los elementos que parecen tener en común los personajes de estas historias que, como Nightcrawler, son un reflejo tenebroso de la sociedad en que vivimos.

El filme de Dan Gilroy recoge, en forma de sátira enfermiza, todos esos males contemporáneos en un solo relato y un único individuo que sintetiza el espíritu de nuestro tiempo: la era del sensacionalismo informativo. Es evidente que la cinta le debe mucho a Taxi Driver (1976), donde Scorsese plasmaba con acierto magistral el estado de ánimo de Estados Unidos tras la guerra de Vietnam. En cierta forma, el Louis Bloom del espléndido Jake Gyllenhaal es el Travis Bickle (Robert DeNiro) de la época actual, con su crisis económica, su exceso de información y la omnipresente tecnología. Ambos comparten esa inteligencia marginal y una sociopatía que no deja de ser consecuencia lógica del propio entorno.

Por momentos, su hábil planteamiento, recuerda a La ventana indiscreta (1954) de Alfred Hitchcock, solo que enfrentando al espectador, en lugar de al concepto de suspense, a la idea del morbo. La visión cínica y corrosiva que se ofrece del turbio negocio de los telediarios matinales tiene la virtud de no dejar a nadie libre de culpa. El guión (casi redondo) bien podría estar basado en una novela de Bret Easton Ellis (a excepción de la falta de sexo). Y, aunque acierta en casi todo (la reflexión de fondo, su humor negro, la evolución del protagonista...) concluye de forma algo plana. Tras la adrenalina quemada, se echa en falta un final más imprevisible y contundente. Sin embargo, el viaje en sí es bastante rico en capas de profundidad como para sentir que ha valido la pena el mal trago. En realidad, su crudeza resulta muy disfrutable; un poco como los propios noticieros que critica. Como debe de ser, al encarar una propuesta de estas características.

Recomendado para espectadores del telediario de Pedro Piqueras con mala conciencia.
No recomendado para quienes les cueste aceptar ciertos aspectos del mundo en el que vivimos.