10 de enero de 2015

Los códigos del buen drama

The Imitation Game (Descrifrando Enigma) (The Imitation Game, 2014)

Dirección: Morten Tyldum
Guión: Graham Moore
Intérpretes: Benedict Cumberbatch, Keira Knightley, Mark Strong, Charles Dance, Matthew Goode, Rory Kinnear, Tuppence Middleton, Steven Waddington, Victoria Wicks
Fotografía: Óscar Faura
Música: Alexandre Desplat

Cada vez más extendido y popular, el biopic es siempre un género peligroso en cuanto al riesgo de caer fácilmente en un formato demasiado cercano al telefilme o perderse en el terreno del melodrama barato. Diametralmente opuesto a estas contingencias es el resultado de The Imitation Game (Descifrando Enigma), una película de factura impecable, sólido guión y una dirección elegante difícilmente cuestionable en ninguno de sus aspectos formales. Se nota, todo hay que decirlo, que el productor Harvey Weinstein ya se conoce al dedillo las claves para construir el drama perfecto, suculento para cualquier paladar y oscarizable en el máximo de categorías. 

La cinta narra la vida de Alan Turing, padre de la computación moderna que descifró el sistema de comunicación secreto de los nazis, ayudando así a los aliados a ganar la II Guerra Mundial. En el reverso oscuro de tal hazaña, encontramos, por una parte, la personalidad del propio Turing: solitario y arrogante, con una infancia traumática y cierta incapacidad de relacionarse con otras personas. Por otro lado, está la miserable persecución a la que las autoridades inglesas lo sometieron por su condición de homosexual, condenándolo, pese a sus geniales aportaciones científicas, a un tratamiento de castración química que lo empujó al suicidio en 1954. 

Divida en tres segmentos enlazados con un dominio magistral de la narración, el problema de la película radica en cierto aire benevolente con el que evita sus partes más truculentas. El objetivo, probablemente, es gustar a todo el mundo y lo cierto es que, por todas sus otras virtudes, probablemente lo consiga. Sin embargo, resulta difícil de entender que no se afronte la cuestión del trágico final del protagonista (más que en un triste título sobreimpresionado en pantalla). No es del todo aceptable que el filme informe del desenlace como si se tratase de una información adicional y no una consecuencia atroz de algo que el director debiera haber denunciado abiertamente. Al fin y al cabo, estamos hablando de la historia de la Inglaterra que Turing ayudó a liberar y de en lo que ésta se convirtió después.

Pero dejando a un lado estas consideraciones, no podemos obviar el magnífico trabajo interpretativo de Benedict Cumberbatch: emotivo, intenso, contundente y lleno de matices que, no obstante, parece estar encasillándose en la figura del genio excéntrio (Sherlock Holmes, Julian Assange...), lo que, en realidad, no es malo del todo. También son interesante los paralelismos que la trama plantea entre la mente del personaje y la máquina que inventa, con su visión del mundo (y de sus sentimientos) como un enigma por descifrar. Y cabe destacar, por último, el astuto uso de algunos tópicos y convenciones muy funcionales a modo de guiño al espectador medio, su buen ritmo e intriga constante, y un hermoso empaque (música, fotografía, vestuario...) capaz de complacer a cualquiera.

Recomendado para amantes del drama agradable a los sentidos.
No recomendado para quienes sientan como inaceptables ciertas actitudes benevolentes.

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