31 de enero de 2015

Collage de cuentos cantados

Into The Woods (Into The Woods, 2014)

Dirección: Rob Marshall
Guión: James Lapine
Intérpretes: Meryl Streep, Emily Blunt, James Corden, Anna Kendrick, Chris Pine, Johnny Depp, Tracey Ullman
Fotografía: Dion Beebe
Música: Stephen Sondheim

Conocido por ser el autor de musicales tan emblemáticos como Golfus de Roma Sweeney Todd o poner letra a las canciones de West Side Story (1961), Stephen Sondheim es, en realidad, toda una institución del teatro neoyorquino. Ganador de varios premios Tony y de un Oscar por la canción de Dick Tracy (1990), en 1987 estrenó en Broadway una aclamada obra en la que mezclaba con canciones cuatro cuentos clásicos de los hermanos Grimm que se mantuvo en cartel a lo largo de 764 representaciones titulada Into The Woods. Con el mismo título y de la mano del director de Chicago (2002), nos llega ahora su adaptación cinematográfica que, a pesar de las altas expectativas que había generado, ha resultado ser un producto bastante fiel al material original pero con una puesta en escena demasiado funcional que corre los mínimos riesgos posibles. Salvo pequeños detalles, todas las buenas bazas de la película son las que ya contenía su versión teatral, por lo que nos encontramos ante una traslación a la gran pantalla que funciona pero peca de rutinaria.

Puede ser que Rob Marshall no vuelva a tener un éxito en su carrera como el de su debut cinematográfico que, por otro lado, quizás, como reconocimiento, le llegó demasiado pronto. Lo que está claro es que la teatralidad de su multipremiada ópera prima o de Nine (2009) aportaba una dualidad entre la realidad y el imaginario de los personajes que aquí no existe y, por lo tanto, juega estéticamente en contra. Esa sensación de bosque de cartón piedra no funciona, como tampoco sus planos frontales que parecen estar siempre filmando desde detrás de una metafórica cuarta pared. 

Afortunadamente, el trabajo de los actores es francamente notable. Capitaneados por una perversamente divertida Meryl Streep que, prácticamente, eclipsa al resto, el reparto, en general, hace un trabajo vocal e interpretativo excepcional. Sorprende, en este caso, un autoparódico y muy correcto Chris Pine como príncipe azul adúltero, mientras que la participación de Johnny Depp como lobo feroz es tan breve que casi no puede valorarse más que como cameo. 

Aparte de esto, la cinta es entretenida y sugerente, especialmente, en su primera parte, donde la narración camina más fiel a los cuentos originales. No obstante, a partir del cierre de la primera gran trama, cuando la historia se vuelve más triste y tenebrosa, va perdiendo ritmo progresivamente y el interés decrece. En gran parte, esto sucede por tratar de suavizar sus fragmentos más duros ( por ejemplo, ciertas muertes) de un producto que, en realidad, ni así consigue ser adecuado para niños, por lo que no tiene demasiado sentido esa moderación.

En cualquier caso y a pesar de sus carencias, Marshall logra un ejercicio estético y musical muy disfrutable y con grandes momentos, a pesar de no atreverse a ofrecer la contundencia trágica que, honestamente, correspondería a esta obra de Sondheim y su mensaje final.

Recomendado para amantes de los musicales que simpaticen con los cuentos tradicionales.
No recomendado para detractores de Rob Marshall, Sondheim o Meryl Streep.

23 de enero de 2015

Los límites de la disciplina

Whiplash (Whiplash, 2014)

Dirección y guión: Damien Chazelle
Intérpretes: Miles Teller, J.K. Simmons, Melissa Benoist, Paul Reiser, Austin Stowell, Jayson Blair, Jesse Mitchell, Marcus Henderson 
Fotografía: Sharone Meir
Música: Justin Hurwitz

Podemos decir que una historia es genuinamente original cuando, a pesar de beber de varias fuentes y enmarcarse en géneros ya explorados, encuentra su propia identidad con el simple hecho de hacer que la narración transcurra. Damien Chazelle, conocido por firmar recientemente el guión de la decepcionante Grand Piano (2013) de Eugenio Mira, dirige aquí una cinta enérgica, humana, emotiva, dolorosa y detallista, pero por encima de todo: muy auténtica. En realidad, la trama se basa en trasladar la tensa ambientación de ciertos largometrajes anti-militaristas como La chaqueta metálica (1987) o El sargento de hierro (1986) al mundo de los conservatorios de música, donde los roles de soldado y oficial equivalen a los de músico y director (o maestro), respectivamente. 

Se nota, por encima de todo, que Chazelle se conoce al dedillo los entresijos del universo que nos muestra, puesto que él mismo quiso ser músico y tocó la batería en una banda de jazz como el propio protagonista del filme. La propuesta es inteligente, mesurada y certera, repartiendo el peso dramático entre el carisma del frágil Miles Teller y la arrolladora fuerza interpretativa de un J.K. Simmons insuperable. Resulta asombrosa la sencillez con la que se atrapa al espectador con esos choques entre profesor y alumno, la constante reinvención de los obstáculos que se encuentra nuestro joven anti-héroe y los vibrantes momentos musicales. 

No es fácil calibrar de forma tan perspicaz la violencia (tanto explícita como implícita) del relato ni matizar dos roles que bien podrían haberse llevado hacia el estereotipo. Sin embargo, Whiplash tiene la destreza de detenerse en pequeños elementos que enriquecen notablemente el conjunto: desde las gotas de sangre ilustrando el esfuerzo desmesurado, la relaciones del chico con su novia y su familia hasta las diferentes facetas del personaje de Simmons, dependiendo del momento y el entorno. 

En definitiva, la película pone sobre la mesa un complejo debate sobre los límites del arte y la capacidad del ser humano, a través de un mentor tiránico, con una finalidad digna de admirar y un método abominable. Pero, ciertamente, lo más interesante de todo esto es cómo el aprendiz se va enganchando poco a poco a esa disciplina cruel y, con él, el público que, en muchos momentos, no dará crédito, nunca dejará de sorprenderse y hasta acabará dudando de sus propios ideales morales.

Recomendado para amantes del jazz y de la precisión narrativa.
No recomendado para espectadores sensibles al exceso de tensión sobre una situación o un personaje.

16 de enero de 2015

La gran farsa de la notoriedad

Birdman o la inesperada virtud de la ignorancia (Birdman or The Unexpected Virtue of Ignorance, 2014)

Dirección: Alejandro González Iñárritu
Guión: Alejandro González Iñárritu, Nicolás Giacobone, Alexander Dinelaris, Armando Bo
Intérpretes: Michael Keaton, Emma Stone, Edward Norton, Zach Galifianakis, Naomi Watts, Amy Ryan, Andrea Riseborough, Lindsay Duncan
Fotografía: Emmanuel Lubezki 
Música: Antonio Sánchez
Es habitual que directores que han impactado al público de forma contundente al inicio de su carrera, más adelante, sientan la necesidad de reinventarse de alguna forma. Lo hemos visto, por ejemplo, con Alejandro Amenábar, M. Night Shyamalan o Sam Mendes cuyas primeras películas les condenaron a convertirse, en sus siguientes trabajos, en los peores enemigos de sí mismos. El caso más similar al de Iñárritu, quizás, sea el de Spike Jonze cuya etapa preliminar estuvo absolutamente vinculada al guionista Charlie Kaufman. Tan representativa era esta colaboración que, al separarse, llegó a ponerse en duda que el talento de Jonze en solitario volviera a dar resultados tan buenos. De igual forma, la ruptura entre Iñárritu y Guillermo Arriaga (su escritor fetiche) tras Babel (2006), con el que había rodado, anteriormente, las magníficas Amores perros (2000) y 21 gramos (2004), sembró una incertidumbre que hasta la actual Birdman no se había disipado del todo.

El filme supone la primera incursión en la comedia del director mexicano que, sin embargo, no renuncia a cierta densidad trágica, en esta ocasión, llevada a un terreno más existencial. La mezcla entre esta angustia inherente a los personajes con unos diálogos frescos, ingeniosos y maravillosamente escritos da como resultado una personalísima bomba narrativa, tan profunda como divertida. Además, todos y cada uno de los miembros del reparto hacen un trabajo impecable, portentoso y de una honestidad brutal.

Pero si algo destaca de la cinta es el fascinante y complejo plano secuencia continuado que, con sus trucos y licencias, narra la historia de principio a fin. Este recurso sumerge al espectador completamente en el mundo del protagonista, su camerino, el escenario, los pasillos del teatro; le acompaña al bar, a la azotea, por la calle... para penetrar en lo más íntimo de su voz interior, sus miedos, sus manías, su aspiración y sus complejos. La maquinaria que maneja Iñárritu es tan magistral como extenuante y un verdadero prodigio técnico. Así, pone todos sus medios como realizador al servicio de la historia y transmite a la perfección la ansiedad de Riggan Thomson (Michael Keaton), estrella de cine en horas bajas, conocido por interpretar un superhéroe en la gran pantalla, que pretende obtener el prestigio que nunca tuvo con el estreno de una obra en Broadway.

Los paralelismos con la imagen pública del propio Keaton (así como la del más que convincente Edward Norton) otorgan a la propuesta una ironía y verosimilitud muy útiles a la hora de construir una sátira sobre el mundo del espectáculo ácida, mordaz y necesaria como nunca. Las referencias al estado de la profesión y de la industria, a las adaptaciones de cómics, las redes sociales o a las diferencias entre artista y celebridad son de una valentía y actualidad asombrosas. De esta manera, se consiguen, a un ritmo frenético, momentos inquietantes, enredos muy graciosos y secuencias verdaderamente antológicas como la conversación con su hija sobre la notoriedad, el enfrentamiento con la despiadada crítica del New York Times o la carrera en calzoncillos por Times Square.

Pero, sobre todo, la película es una burla corrosiva de la importancia del reconocimiento en la era de Facebook y Twitter, el papel de los compañeros y los medios de comunicación y, en definitiva, del ego de los actores contemporáneos. No obstante, todavía queda espacio para la acción, los efectos especiales, momentos de drama más puro y hasta de realismo mágico. Y es que, en cierta forma, Birdman lo tiene todo.

Recomendado para interesados en los entresijos del lado más oscuro del show business.
No recomendado para los que asocien comedia a ligereza.

10 de enero de 2015

Los códigos del buen drama

The Imitation Game (Descrifrando Enigma) (The Imitation Game, 2014)

Dirección: Morten Tyldum
Guión: Graham Moore
Intérpretes: Benedict Cumberbatch, Keira Knightley, Mark Strong, Charles Dance, Matthew Goode, Rory Kinnear, Tuppence Middleton, Steven Waddington, Victoria Wicks
Fotografía: Óscar Faura
Música: Alexandre Desplat

Cada vez más extendido y popular, el biopic es siempre un género peligroso en cuanto al riesgo de caer fácilmente en un formato demasiado cercano al telefilme o perderse en el terreno del melodrama barato. Diametralmente opuesto a estas contingencias es el resultado de The Imitation Game (Descifrando Enigma), una película de factura impecable, sólido guión y una dirección elegante difícilmente cuestionable en ninguno de sus aspectos formales. Se nota, todo hay que decirlo, que el productor Harvey Weinstein ya se conoce al dedillo las claves para construir el drama perfecto, suculento para cualquier paladar y oscarizable en el máximo de categorías. 

La cinta narra la vida de Alan Turing, padre de la computación moderna que descifró el sistema de comunicación secreto de los nazis, ayudando así a los aliados a ganar la II Guerra Mundial. En el reverso oscuro de tal hazaña, encontramos, por una parte, la personalidad del propio Turing: solitario y arrogante, con una infancia traumática y cierta incapacidad de relacionarse con otras personas. Por otro lado, está la miserable persecución a la que las autoridades inglesas lo sometieron por su condición de homosexual, condenándolo, pese a sus geniales aportaciones científicas, a un tratamiento de castración química que lo empujó al suicidio en 1954. 

Divida en tres segmentos enlazados con un dominio magistral de la narración, el problema de la película radica en cierto aire benevolente con el que evita sus partes más truculentas. El objetivo, probablemente, es gustar a todo el mundo y lo cierto es que, por todas sus otras virtudes, probablemente lo consiga. Sin embargo, resulta difícil de entender que no se afronte la cuestión del trágico final del protagonista (más que en un triste título sobreimpresionado en pantalla). No es del todo aceptable que el filme informe del desenlace como si se tratase de una información adicional y no una consecuencia atroz de algo que el director debiera haber denunciado abiertamente. Al fin y al cabo, estamos hablando de la historia de la Inglaterra que Turing ayudó a liberar y de en lo que ésta se convirtió después.

Pero dejando a un lado estas consideraciones, no podemos obviar el magnífico trabajo interpretativo de Benedict Cumberbatch: emotivo, intenso, contundente y lleno de matices que, no obstante, parece estar encasillándose en la figura del genio excéntrio (Sherlock Holmes, Julian Assange...), lo que, en realidad, no es malo del todo. También son interesante los paralelismos que la trama plantea entre la mente del personaje y la máquina que inventa, con su visión del mundo (y de sus sentimientos) como un enigma por descifrar. Y cabe destacar, por último, el astuto uso de algunos tópicos y convenciones muy funcionales a modo de guiño al espectador medio, su buen ritmo e intriga constante, y un hermoso empaque (música, fotografía, vestuario...) capaz de complacer a cualquiera.

Recomendado para amantes del drama agradable a los sentidos.
No recomendado para quienes sientan como inaceptables ciertas actitudes benevolentes.