11 de noviembre de 2014

Realismo paradójico

Coherence (Coherence, 2013)

Dirección: James Ward Byrkit
Guión: James Ward Byrkit y Alex Manugian
Intérpretes: Emily Baldoni, Maury Sterling, Nicholas Brendon, Elizabeth Gracen, Alex Manugian, Lauren Maher, Hugo Armstrong, Lorena Scafaria
Fotografía: Nic Sadler y Arlene Muller
Música: Kristin Øhrn Dyrud

El cine de ciencia ficción de los últimos años, curiosamente, está evolucionando en dos direcciones opuestas. La primera se dirige hacia la espectacularidad y la épica del estilo de cineastas como el Christopher Nolan de Interstellar (de la que hablaremos en breve). La otra vertiente apuesta por toda la fuerza de la paradoja construida desde el minimalismo. Este segundo grupo, al que pertenecerían cintas tan interesantes como Primer (2004) o Los cronocrímenes (2007) de Nacho Vigalondo, nace, probablemente, fruto de la necesidad. La unión, por un lado, del amor al género y, por otro, de la imposibilidad de contar con grandes presupuestos está dando lugar a productos que acentúan el ingenio y que, con muy pocos elementos, se postulan para competir sin ningún complejo en la liga de los grandes.

Sin llegar a la complejidad extrema de otras películas parecidas, Coherence explica la historia de un grupo de amigos que se reúnen para cenar la noche en que se verá a un cometa cruzar el cielo, según han anunciado en televisión. Durante la velada, charlan sobre el suceso inminente y alguien cuenta que, décadas atrás, después de un fenómeno astrológico similar, una mujer llamó a la policía diciendo que el hombre que estaba en su casa no era su marido porque ella misma lo había asesinado horas antes. Con esta premisa tan turbia y desconcertante, el director construye una trama de suspense interpersonal en el que prima tanto el drama costumbrista como el thriller sobrenatural.

El filme se asegura en todo momento de dar las suficientes pistas al espectador para que no se pierda entre las conjeturas filosóficas y las teorías de física cuántica que sostienen el terrorífico enredo. Dichas teorías, ya utilizadas en muchas otras ocasiones, dicho sea de paso, tienen poco de novedoso. Lo interesante de la propuesta es el realismo con el que se aborda la situación. Filmado casi con toques de vídeo casero, el guión es un trabajo ejemplar en su mezcla de texto con improvisación cuyo resultado son unos diálogos llenos de frescura, espontaneidad y verosimilitud absoluta.

Su otra gran virtud es su atmósfera. Enrarecida desde el primer minuto, logra inquietar al espectador haciéndolo sospechar de todos los personajes como si de una novela de Agatha Christie se tratara, pero sin trampas ni artificios. De esta manera, consigue atrapar nuestra atención durante sus 90 minutos, jugando con el misterio y la angustia existencial de los protagonistas y sus problemas de identidad interdimensionales. En el fondo, nos está hablando de la debilidad de los vínculos, la lucha por la supervivencia (real o social) y del miedo a desaparecer (de forma literal o metafórica). Todo esto desemboca en un final algo complaciente, muy propio del género y, por lo tanto, un poco previsible. No obstante, el malestar que traspira todo el recorrido deja un poso en el público difícil de sacarse de encima y artísticamente muy valioso. 

Recomendado para simpatizantes del gato de Schrödinger y sus derivados.
No recomendado para los que asocien ciencia ficción a grandes espectáculos y efectos especiales.

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