28 de octubre de 2014

Vidas al límite

Relatos salvajes (2014)

Dirección y guión: Damián Szifrón
Intérpretes: Ricardo Darín, Darío Grandinetti, Leonardo Sbaraglia, Érica Rivas, Julieta Zylberberg, Óscar Martínez, Rita Cortese
Fotografía: Javier Juliá
Música: Gustavo Santaolalla


Aunque se ha recurrido muchas veces a esta fórmula, sea en clave terrorífica o humorística, el género de las películas episódicas siempre ha sido un formato difícil. Fragmentar la tradicional narración única de 90 minutos ha dado, por lo general, resultados bastante mediocres en su conjunto, con un defecto común: la desigualdad entre episodios. Relatos salvajes es un ejemplo de cómo salirse airoso de esa, aparentemente, insalvable dificultad. Con un tono de áspera mezquindad y humor negro como único nexo en común, Damián Szifrón logra divertir a la audiencia con seis simpáticas gamberradas que no sufren ningún altibajo. El director cuida cada uno de los capítulos de esta sátira catártica dotándolos de una gran factura, un guión minucioso y una excelente planificación.

Una músico rencoroso, dos conductores agresivos, un ingeniero vengativo o una novia despechada son algunos de los personajes que pueblan este gran guiñol hiperrealista que trata de dar la máxima verosimilitud a cada una de las situaciones. Y es ahí donde radica su atractivo. Szifrón aborda personajes reales en situaciones extremas... pero sin perder de vista que son individuos normales llevados al límite. En ese contexto, es donde el humor fluye de forma más natural, honesta y valiosa.

En el filme hay espacio para la ironía y para la brocha gorda, para la violencia y la sutileza. Y, además, tiene el aval de estar protagonizado por grandísimos actores como Dario Grandinetti, Leonardo Sbaraglia o, sobre todo, un inmenso Ricardo Darín, cuyo fragmento sea, quizás, el más redondo de todos. La cinta habla de la degradación del ser humano, la pérdida de la dignidad y la miseria moral; pero también de la justicia poética, del gozo de perder los papeles o de nuestro apasionante (y reprimido) lado irracional. En el fondo, el espectador de los tiempos actuales, con el hartazgo de rabia reprimida que lleva dentro (contra los políticos, el sistema, los bancos o lo que sea...), estaba pidiendo a gritos este desparrame de diversión mezquina para purgar su frustración. Un desparrame, por cierto, muy bien medido.

Recomendado para indignados en busca de una buena catarsis.
No recomendado para personas de orden sin mucho sentido del humor.

23 de octubre de 2014

Angustia y deseo

Magical girl (2014)

Dirección y guión: Carlos Vermut
Intérpretes: Luis Bermejo, José Sacristán, Bárbara Lennie, Lucía Pollán, Israel Elejalde, Javier Botet, Elisabet Gelabert
Fotografía: Santiago Racaj

El rompecabezas que propone Carlos Vermut en Magical Girl, su (tan solo) segundo largometraje como director, no es un trepidante enredo policíaco al estilo Christopher Nolan ni la espiral onírica y efectista típica del cine de David Lynch. Sus influencias son otras y muy variadas. La historia, pese a sus aparentes elementos mágicos, no hace trampas, ni juega al despiste: simplemente se expone sin levantar nunca los pies del suelo. Con una franqueza extrema, cuenta el drama de un profesor de literatura en paro que trata de hacer realidad el último deseo de su hija de 12 años enferma de leucemia. Sin dinero y pocos recursos, traza un plan improvisado que desata una cadena de chantajes con inesperadas consecuencias.

Por su narración fragmentada y su crudeza (casi siempre fuera de campo), podemos encontrarle paralelismos con algunos de los trabajos de Michael Haneke. Pero buscar comparaciones es absurdo ante un universo tan particular que mezcla el cómic, el terror, el drama social, el manga y el suspense con una estética realista (rozando lo cutre), un montaje austero y una copla como principal banda sonora. El filme se gana al espectador sin prisa, escena a escena, persuadiéndolo con su lírica, su pesimismo, sus frases impactantes y esa atmósfera irrespirable, que no cesa de generar tensión, sin permitirnos el desahogo de ver la situación explotar.

La cinta es un puzzle inacabado (como el del personaje del soberbio José Sacristán) que el espectador tiene que completar con la cabeza o con el instinto. Una dualidad presente en sus tres protagonistas cuya lucha interna les llevará a la fatalidad. Desoladora, hermosa, genuina y cruel, cuidada hasta el más mínimo detalle con la inteligencia de un maestro del relato, es un ejemplo perfecto de cómo sugerir puede ser un millón de veces más efectivo que mostrar. La sencillez con la que explica el horror del mundo cotidiano la hace todavía más sobrecogedora. Es, en definitiva, un ejercicio de catarsis existencialista donde la ternura y la tragedia se unen con una naturalidad espeluznante. 

Recomendado para quienes busquen una catarsis sincera del conflicto entre razón e instinto.
No recomendado para espectadores demasiado sensibles al horror de lo que no se dice.

21 de octubre de 2014

Endiablada estructura

Perdida (Gone Girl, 2014)

Dirección: David Fincher
Guión: Gillian Flynn
Intérpretes: Ben Affleck, Rosamund Pike, Neil Patrick Harris, Tyler Perry, Kim Dickens, Missi Pyle
Fotografía: Jeff Cronenweth
Música: Trent Reznor y Atticus Ross

Que a David Fincher le gustan los retos es algo que nos ha quedado claro desde hace tiempo. Solo hay que pensar en la complejidad narrativa de algunas de sus películas, como por ejemplo The Game (1997) o El club de la lucha (1999). Inquieto como pocos, el minucioso cineasta parece decidido a llevar cada vez más lejos su personalidad obsesiva hacia la sofisticación del thriller, buscando estructuras con las que nadie se haya atrevido antes. Como ya demostró en la excelente Zodiac (2007), las reglas pueden cambiarse si lo que está en juego es el mensaje, una visión pesimista del mundo o un pulso de verosimilitud contra las expectativas del espectador.

Perdida no solo se aleja de los cánones del suspense tradicional o policíaco -al contrario de la también brillante Seven (1995)-, sino que los desafía, cambiando de película hasta un total de tres veces; como si mirara a Hitchcock con los ojos del siglo XXI. Lo cierto es que Fincher se lo pone difícil a sí mismo y, aun así, consigue salirse airoso de las carambolas temáticas del relato que, por cierto, ya incluía la novela original cuya autora también se ha encargado del guión. Como sucedía en La red social (2010), el Fincher más aparatoso da un paso atrás y deja que la historia hable por sí misma, lo que demuestra gran inteligencia por su parte. Así como el uso de Ben Affleck que, sin salir de su registro habitual, se transforma ante nuestros ojos en el actor perfecto para el papel: precisamente por su falta de carisma, su aparente torpeza y su aspecto de hombre atractivo y, al mismo tiempo, "normal y corriente".

Sin embargo, a la práctica, los riesgos del filme (básicamente, argumentales) tienen ciertos problemas de credibilidad. En algunas ocasiones, las sorpresas que esconde resultan una verdadera maravilla pero, en otras, giros demasiado bruscos para el espectador más racional. Lo que es cierto es que, en su aventura a través del "misterio que se convierte en un thriller del absurdo que se convierte en una sátira", según ha definido la cinta el mismo director, cuanta más información tiene el público sobre lo que realmente está pasando, mejor funciona el invento; lo que daría la razón al Hitchcock clásico que, decíamos, aquí parece estar tratando de actualizar.

Por su parte, las interpretaciones de Rosamund Pike y Neil Patrick Harris son una grata sorpresa, construyendo dos enfermizas figuras que acaban inundando de truculencia el universo entero en el que habitan. Ese tono amargo y enfermizo es, sin duda, lo mejor de la propuesta. Y es ese punto de vista el que hace auténticamente incisiva su crítica a los medios de comunicación y la manipulación en una sociedad donde la apariencia es más importante que los hechos. No podemos, de igual forma, dejar sin mencionar ese final tan desalentador y terrorífico como difícil de digerir. Esta vez, no estamos hablando de un asesino en serie megalomaníaco que quiere resarcir el mundo a través de sus crímenes, sino de un matrimonio de Missouri que bien podríamos ser nosotros mismos.

Recomendado para amantes de lo escabroso y los laberintos narrativos.
No recomendado para quienes todavía crean en los valores del matrimonio tradicional.

9 de octubre de 2014

Apocalipsis marca España

Torrente 5: Operación Eurovegas (2014)

Dirección y guión: Santiago Segura
Intérpretes: Santiago Segura, Julián López, Jesús Janeiro, Alec Baldwin, Fernando Esteso, Carlos Areces, Angy Fernández, Anna Simon, Neus Asensi, Chus Lampreave, Florentino Fernández, Cañita Brava, Josema Yuste, José Mota, Santiago Urrialde, Falete, El Gran Wyoming
Fotografía: Teo Delgado
Música: Roque Baños
Fue a partir de su tercera entrega cuando Santiago Segura decidió que su exitosa saga era el vehículo perfecto para, desde una óptica casposa, parodiar sus subgéneros preferidos del cine comercial norteamericano. Así, igual que Torrente 3: El Protector (2005) se reía en gran parte de El guardaespaldas (1992) y Torrente 4: Lethal Crisis (2011), del cine carcelario, con la quinta entrega le ha tocado el turno al cine de atracos glamurosos al estilo La cuadrilla de los once (1960) o, mejor dicho, su remake Ocean's Eleven (2001). El resultado es un batiburrillo entre el humor más soez y asqueroso marca de la casa y ya bastante desgastado, y genialidades estrambóticas como juntar a Cañita Brava, Chus Lampreave y Alec Baldwin en un mismo filme.

En realidad, lo más interesante de este nuevo Torrente es el salto a la política-ficción futurista que ha adoptado y que es lo verdaderamente novedoso de la propuesta. La acción se sitúa en el año 2018, cuando el personaje sale de la cárcel y se encuentra una España devastada por la crisis económica, expulsada de la Unión Europea, con una Cataluña independiente y el retorno a la peseta. Este nuevo marco abre todo un universo de posibilidades donde emergen las mejores ocurrencias de Segura y que, principalmente, malgasta en su prólogo y en diálogos artificialmente informativos. Y es que, como ya pasaba en las anteriores, Torrente 5: Operación Eurovegas vale más por sus ideas que por cómo se llevan a cabo.

Sin embargo, la factura de la cinta es espectacular. Hay que reconocer que Segura ha intentado siempre, en la medida de sus posibilidades, que el producto que nos vende sea visualmente impecable. Y, en ese sentido, esta secuela es una de las mejor acabadas. Ya va siendo hora que los Premios Goya se lo reconozcan en alguna de las categorías técnicas, ya que escenas como la secuencia del avión no se han visto mucho en nuestro cine.

En términos de ritmo, ha ganado también respecto a las dos precedentes. La trama del robo le ha ayudado en dos sentidos: primero, a restarle a Torrente (que le tenemos muy visto) parte del protagonismo para dividirlo entre los once freaks. De todos ellos, cabe destacar un divertidísimo Carlos Areces que da una lección de contención cómica antológica. En segundo lugar, el robo le otorga al guión un objetivo mucho más definido que obliga a centrar la historia y no irse tanto por las ramas de situaciones inconexas. Podemos decir que toda la secuencia del atraco (dejando aparte la primera película) es de lo mejor de la saga.  Por lo demás, siguen sobrando cameos (entorpecen más que otra cosa) y amiguetismo (Jesulín solo funciona de verdad en los gags de slapstick).

Pero Santiago Segura puede estar contento con el resultado (por momentos, parece un Torrente de Álex de la Iglesia), sus elegantes títulos de crédito al estilo dibujos de los años 60, la canción interpretada por Mónica Naranjo, el hermoso homenaje a Tony Leblanc y su fidelidad a los fans y a sí mismo. Ojalá hubiera sido lo bastante valiente, dado que, esta vez, el resultado no es de vergüenza ajena, de matar definitivamente el personaje. Así, quizás, podríamos verle dirigir otras historias, ahora que nos ha quedado claro que tiene muchas más cosas que decir sobre la España en que vivimos.

Recomendado para incondicionales de Torrente y alguno que se agotó por el camino.
No recomendado para quienes nunca le vieron nada más detrás del asco que produce.