30 de diciembre de 2014

Entre trilogías

El Hobbit: La batalla de los cinco ejércitos (The Hobbit: The Battle of the Five Armies, 2014)

Dirección: Peter Jackson
Guión: Philippa Boyens, Peter Jackson, Fran Walsh y Guillermo del Toro
Intérpretes: Martin Freeman, Ian McKellen, Hugo Weaving, Benedict Cumberbatch, Richard Armitage, Luke Evans, Orlando Bloom, Evangeline Lilly, Lee Pace, Cate Blanchett, Christopher Lee, Stephen Fry, Ian Holm
Fotografía: Andrew Lesnie
Música: Howard Shore

Si una cosa caracteriza el cine del siglo XXI es que nunca se tiene la certeza de que una franquicia esté definitivamente finiquitada. La resurrección de Star Wars o de Jurassic Park, por poner tan solo dos ejemplos recientes, lo demuestra. Es por eso que algunos asistimos al cierre de la (forzadamente alargada) trilogía de El Hobbit con un cierto escepticismo. ¿Será esta la verdadera despedida de la Tierra Media? Cabe esperar que sí, tras los mediocres resultados cualitativos de estos tres últimos filmes en comparación a la grandeza (en todos los sentidos) de lo que supuso El señor de los anillos, Oscars incluidos. De grandeza, a la aventura del hobbit interpretado por Martin Freeman, solo le ha quedado el metraje y un tono cuya épica se encuentra totalmente fuera de lugar, tomando como material lo que no era más que un entrañable cuento de apenas 200 páginas.

Probablemente, hubiera sido mucho más honesto por parte de Peter Jackson resolver la historia en dos entregas, sin necesidad de inflar el guión con tramas irrelevantes, canciones y momentos ridículos. Pero, centrándonos en La batalla de los cinco ejércitos, el problema aquí radica en que no tiene entidad propia como película. Atrapada entre ambas trilogías, su única función es la de engranaje para enlazar la una con la otra. De esta manera, concluye una peripecia al mismo tiempo que trata de introducir la siguiente (o la anterior, según se mire), lo que produce la extraña impresión de encontrarnos frente al material adicional de una edición especial en DVD.

De acuerdo, Jackson sigue teniendo un gran sentido del ritmo en las escenas de acción, sabe dar espectáculo y filma las grandes batallas como nadie. No obstante, un asalto a una mina no puede sostener, por sí solo, una duración de 144 minutos. Quizás, los más nostálgicos, encuentren consuelo en los guiños que preceden las andanzas de Frodo ya conocidas por todos. Sin embargo, para la mayoría resultará difícil superar la sensación de hartazgo y de engaño de quien ha tratado de vendernos paja a precio de oro. Lo valioso, por decir algo, es comprobar que no solo a los enanos les ciega la avaricia.

Recomendado para yonquis de Tolkien con más mono que criterio.
No recomendado para los que, todavía, alberguen cierta esperanza respecto a los errores de las dos anteriores.

22 de diciembre de 2014

Idiotez desfasada

Dos tontos todavía más tontos (Dumb and Dumber To, 2014)

Dirección: Bobby Farrelly y Peter Farrelly
Guión: Sean Anders, Mike Cerrone, Bobby Farrelly y Peter Farrelly
Intérpretes: Jim Carrey, Jeff Daniels, Kathleen Turner, Laurie Holden, Paul Blackthorne, Rob Riggle, Rachel Melvin
Fotografía: Matthew F. Leonetti
Música: Varios

Si una cosa demuestra (de una vez por todas) este reencuentro con la pareja de tontos interpretados por Jim Carrey (Lloyd) y Jeff Daniels (Harry) es que los años no pasan en balde. Transcurridas dos décadas desde la primera película, una precuela muy olvidada y hasta una serie de dibujos animados, los hermanos Farrelly han pretendido recuperar el espíritu de la original sin tener en cuenta que ya no somos los mismos; ni los envejecidos protagonistas ni sus personajes ni los propios directores, cuya carrera ha ido abandonando la frescura de sus inicios para acabar desvaneciéndose en la búsqueda de la identidad perdida. Ni siquiera el espectador permanece indemne al paso del tiempo. El admirador natural del primer filme, incluso de la también célebre Algo pasa con Mary (1998), no solo tiene ahora más edad sino que ha visto evolucionar la comedia en muchas direcciones. Actualmente, un producto como Dos tontos todavía más tontos, tras series de televisión como South Park o Padre de familia, seguramente, le parecerá rancio, desfasado o, incluso, demasiado idiota. Y no digamos a las nuevas generaciones que, directamente, han crecido con todo lo que vino después. 

Como suele ocurrir en cualquier ejercicio nostálgico, la cinta trata de salvarse haciendo guiños al material de donde procede (las referencias a Mary Swanson, el niño ciego o el coche-perro). Desgraciadamente, es incapaz de crear situaciones nuevas verdaderamente divertidas como para hacernos sentir que ha validado la pena resucitar a este par de idiotas después de 20 años. La propuesta tiene algunas ideas graciosas y diálogos ingeniosos, pero no los suficientes, es demasiado repetitiva, los gags son muy dispersos y cuelgan de una estructura débil y tan fragmentada que termina por arruinar el ritmo.

No es que Dos tontos muy tontos (1994) fuera perfecta pero tenía una autenticidad muy digna, un guión mejor construido por el que se le podían perdonar ciertas inverosimilitudes. Su irreverencia, entonces sorprendente, ahora resulta previsible y forzada. Afortunadamente, Carrey sigue dejándose la piel en cada mueca y Daniels parece pasárselo bomba enseñando la raja del culo cada vez que tiene ocasión. Además, cuenta con algunos secundarios interesantes como la todavía enérgica Kathleen Turner o el televisivo Rob Riggle a los que, sin embargo, no se les saca mucho partido. 

Por lo demás, las constantes del cine de los Farrelly siguen presentes: la escatología, el viaje por carretera, la música pop o los chistes de minusválidos y discapacitados. No obstante, los valores de producción son mediocres (casi de telefilme), le falta inspiración y pureza y es, por momentos, tan reiterativa que parece un remake desvirtuado de su predecesora. Como decíamos, todo esto sería perdonable si hiciera reír tanto como cabía esperar; pero esto no sucede. Salvo por algunos aciertos esporádicos, filmarla solo ha servido para constatar (como pasa tantas veces) que era una secuela innecesaria y que hubiera bastado con un sketch conmemorativo, por ejemplo, en el Saturday Night Live.

Recomendado para nostálgicos del original con muchas tragaderas.
No recomendado para los que la primera parte ya les pareció demasiado tonta.

8 de diciembre de 2014

Elegante pasatiempo

Magia a la luz de la luna (Magic in the Moonlight, 2014)

Dirección y guión: Woody Allen
Intérpretes: Colin Firth, Emma Stone, Marcia Gay Harden, Jacki Weaver, Hamish Linklater, Eileen Atkins, Catherine McCormack
Fotografía: Darius Khondji
Música: Varios


Aunque parece que en los últimos años Woody Allen se haya estado dedicando a rodar largometrajes que no son más que una versión descafeinada de su propia filmografía (salvo excepciones como la corrosiva Blue Jasmine), lo cierto es que, seguramente, si dejara de hacerlo, lo echaríamos de menos. Y es que, a pesar de habernos malacostumbrado a asistir a su cita anual con el prejuicio de que cualquier tiempo pasado fue mejor en la obra del genio de Manhattan, no debemos menospreciar su talento como guionista, todavía en muy buena forma. La ligereza de algunas de sus historias, como la que nos ocupa esta vez, quizás deberíamos valorarla más como una decisión estilística y no como una carencia de quien, decididamente, apuesta por un producto sencillo y luminoso solo por su propia diversión. Magia a la luz de la luna demuestra que a Allen le apasiona su oficio tanto como sus lugares comunes: la magia, la misantropía, las contradicciones del amor o el miedo a la muerte.

La cinta, elegante y entretenida, narra las peripecias de un mago inglés (Colin Firth) al que se le encarga la misión de desenmascarar a una falsa medium (Emma Stone) en la Francia de los años 20. Quizás no tan divertida como cabría esperar, Allen apuesta por jugar al despiste con un amable juego de apariencias tras el que esconde, en definitiva, un hermoso y eficaz cuento romántico. Los dos protagonistas dan en el clavo interpretando a la antagónica pareja rodeados, por cierto, de un magnífico grupo de secundarios. No obstante, los giros narrativos, aunque muy honestos, son tan de manual del buen guión que acaban siendo previsibles. 

Además, el uso continuado de transiciones mostrando el paisaje rural con música de jazz termina, por su insistencia, volviéndose tedioso, reiterativo e innecesario. Afortunadamente, la película destila un optimismo poco habitual en el cineasta neoyorquino que, fácilmente, complacerá a todo el mundo. Como un exquisito plato de alta cocina, en definitiva, a algunos les resultará una delicia de fácil digestión aunque a muchos otros, por delicado, les dejará con hambre.

Recomendado para misántropos sin miedo a enamorarse.
No recomendado para quienes esperen un Woody Allen distinto o irreconocible.

4 de diciembre de 2014

El vacío distópico de Gilliam

The Zero Theorem (The Zero Theorem, 2013)

Dirección: Terry Gilliam 
Guión: Pat Rushin
Intérpretes: Christopher Waltz, Matt Damon, Tilda Swinton, Mélanie Thierry, David Thewlis, Ben Whishaw, Peter Stormare, 
Fotografía: Nicola Pecorini
Música: George Fenton

El retorno de Terry Gilliam al género distópico transcurridos casi 20 años desde su última incursión, 12 monos (1995), prometía, siendo optimistas, un espectáculo visual que, con los años y la madurez del oficio, pudiera incluso, con una premisa más ambiciosa, superar en profundidad a sus predecesoras. Pero la realidad es que, con el tiempo y sus constantes problemas de financiación, el director de la lúcida Brazil (1985) parece haberse conformado con poder rodar cualquier historia siempre que le permita hacer gala de su peculiar dirección artística sin salirse del presupuesto. The Zero Theorem es una película fallida en tanto que su guión, tan pretencioso como vacuo, en definitiva, sirve exclusivamente como pretexto para desplegar la imaginería de su realizador. Y nada más.

Estrenada en España con un año de retraso, a esta cinta, ciertamente, no le faltan ideas. La búsqueda de Qohen, su kafkiano protagonista interpretado por un hábilmente comedido Christoph Waltz, contiene un sinfín de matices y posibilidades, resumidas en su condición de esclavo del sistema y su amargura como ser atrapado entre un cyberpunk  mundo real y el sentido de la vida. Pero hay, sin duda, una insalvable descompensación entre forma y contenido que desperdicia todos esos ricos pequeños detalles, su atmósfera angustiante, su carácter existencial y su crítica demente al capitalismo por no darle un buen tronco estructural a donde aferrarse. 

Por suerte, Gilliam no ha perdido ni un ápice de su brillantez como diseñador de imágenes que hablan por sí mismas. No obstante, el foco está puesto en el plano más general de la existencia humana desde donde la barroca y colorista puesta en escena, con su alienante tecnología y su publicidad omnipresente, resultan meros adornos que, aunque geniales, no llevan a ningún sitio. El filme está, de forma evidente, saturado de metáforas altisonantes. Su nihilista intento de burlarse del ser humano, la vida, la muerte, la verdad, la mentira, la soledad, Dios, el vacío y la sociedad en conjunto se agota en sí mismo, por delirante y por su propio peso. No hacía falta tanta pomposidad para acabar concluyendo que nada tiene sentido y, menos todavía, si el precio a pagar es el aburrimiento del espectador. Es una verdadera lástima porque contiene, si uno está atento, impagables destellos de genialidad a la altura del mejor cine de Gilliam. Desgraciadamente, en este contexto, la suma de todos ellos, al llegar al final, es igual a cero. 

Recomendado para diseñadores, directores de arte, artistas plásticos y cualquier espectador con una desarrollada sensibilidad estética.
No recomendado para ortodoxos del contenido o personalidades con poca paciencia frente a la vacuidad del todo (o la nada).

27 de noviembre de 2014

La ciencia y el espíritu

Orígenes (I Origins, 2014)

Dirección y guión: Mike Cahill
Intérpretes: Michael Pitt, Steven Yeun, Astrid Bergès-Frisbey, Brit Marling, Dorien Makhloghi, Charles W. Gray
Fotografía: Markus Förderer
Música: Will Bates y Phil Mossman

El buen estado de un género cinematográfico se puede palpar no tanto en la cantidad de propuestas que llegan a nuestras pantallas como en la variedad de sus historias. Si hace poco disfrutábamos de la grandilocuencia comercial y cientifico-filosófica de Interstellar así como de la intriga minimalista de Coherence (que, por cierto, se ha estrenado en nuestro país con casi dos años de retraso), ahora con Orígenes se abre la puerta al drama de ciencia ficción con tintes románticos. De espíritu atípico, esta cinta escrita y dirigida por Mike Cahill, documentalista que hasta ahora solo había dirigido un largo de ficción titulado Otra tierra (2011), narra las peripecias de un biólogo molecular que estudia la evolución del ojo humano. Interpretado con carisma y naturalidad por un inspirado Michael Pitt, nuestro héroe verá a sus creencias científicas tambalearse con la irrupción en su vida de una exótica joven con una peculiar mirada y una hipnótica espiritualidad. 

La película acentúa todo lo que puede su carácter indie, apoyándose sobre un guión muy bien construido y con final redondo que, no obstante, peca de cierta previsibilidad. El hecho de hacer cuadrar el puzle de forma tan perfecta hace que, alguna vez, la trama pierda espontaneidad y resulte fácil para el público intuir cuál es la siguiente pieza del rompecabezas. 

Por otro lado, tiene el mérito de construir toda una atmósfera de misterio científico sin hacer uso de efectos especiales y conseguir, además, que no se eche de menos. El triángulo amoroso ocupa, curiosamente, el primer término, con una buena definición de los personajes, diálogos bien escritos y situaciones muy sugerentes. La parte dramática, también estimable, contiene, sin embargo, momentos trágicos algo ridículos que, aunque al final cobren sentido, no dejan de resultar algo forzados. 

Pero, sobre todo, lo más trabajado del filme es la belleza de sus imágenes. Las fotografías ampliadas de los ojos, algunas secuencias simbólicas u oníricas, las escenas de intimidad o los pequeños detalles del mundo cotidiano son algunos de los elementos que permanecerán en la retina (o el "alma") de los espectadores; dependiendo de lo profundo que les cale el mensaje.

Recomendado para amantes de la ciencia ficción sin artificios.
No recomendado para espectadores con creencias demasiado rígidas (sean científicas, cinematográficas o espirituales).

18 de noviembre de 2014

Grandilocuente odisea

Interstellar (Interstellar, 2014)

Dirección: Christopher Nolas
Guión: Christopher Nolan y Jonathan Nolan
Intérpretes: Matthew McConaughey, Anne Hathaway, Jessica Chastain, Bill Irwin, John Lithgow, Casey Affleck, David Gyasi, Michael Caine, Matt Damon, Wes Bentley
Fotografía: Hoyte van Hoytema
Música: Hans Zimmer

Se pueden leer en muchas reseñas de Internet en los últimos días frases de los aférrimos fanáticos de Nolan como "lo ha vuelto a hacer" o "ha vuelto a superarse", y hay que reconocer que tienen parte de razón; no tanto en la calidad final de Interstellar como en el listón de sus pretensiones. Y es que el director de Memento (2000) parece seguir apuntando cada vez más alto a costa de que las expectativas siempre le jueguen en contra. Nolan es, casi con total seguridad, el director más ambicioso de su generación. De ahí, las constantes (y muy discutibles) comparaciones con Stanley Kubrick al que ahora, finalmente, ha decidido homenajear de una forma más clara. La cinta es algo así como una versión familiar de 2001: Una odisea del espacio (1968) o, por decirlo de otra manera, una mezcla entre los universos de Kubrick y Steven Spielberg, pero (eso sí tiene mérito) sin perder el sello Nolan.

Dejemos claro, de entrada, que nos encontramos ante una muy buena película que, sin embargo, no cambiará la historia del cine ni la vida de la mayoría de sus espectadores. De hecho, más que romper con todo lo anterior, recoge el legado con respeto creando una especie de recopilación de los elementos más característicos del género para darles un aparente enfoque siglo XXI. Nolan insiste en acentuar su fama de visionario dándole a sus blockbuster su genuino sello de autor en mayúsculas. El resultado es, en este caso, un excelente producto comercial, entretenidísimo, por momentos apasionante, lleno de verborrea científica, sentimentalismo, acción y toques de humor (como suele ser habitual, a cargo de los robots).

Matthey McConaughey vuelve a bordar su papel de antihéroe tejano acompañado de un reparto estelar entre los que destacan Anne Hathaway y Jessica Chastain, confirmando que el relevo generacional ha llegado ya a Hollywood. La complejidad de la historia (de la que, por respeto a quienes no la hayan visto, mejor no desvelar nada) da un nuevo sentido al concepto "bigger than life", estirando las posibilidades del tiempo y el espacio hasta hacerlas doblegar sobre sí mismas. Narrativamente, funciona como un reloj, sorteando hábilmente todas sus dificultades y, ante los ojos, todo parece cuadrar. Quizás en debates posteriores, habrá quien sugiera posibles agujeros de guión... pero lo cierto es que ya, prácticamente, esas discusiones forman parte del ritual.

El filme trata, en cualquier caso, de buscar respuestas en el más allá (obsesión histórica) para entendernos a nosotros mismos. Así, la respuesta de Nolan es constructiva y esperanzadora, apostando por los lazos paterno-filiales (el amor instintivo) como salvación de la humanidad. Y, en este sentido, será difícil disgustar a nadie. En cuanto a su contenido filosófico, es más formal que trascendente. Aunque, tras casi tres horas de emociones y aventuras sin descanso es algo que, en realidad, importa bien poco.

Recomendada para optimistas respecto al futuro del ser humano y amantes de la buena ciencia ficción.
No recomendada para los haters de Nolan o poco amigos de la grandilocuencia. 

11 de noviembre de 2014

Realismo paradójico

Coherence (Coherence, 2013)

Dirección: James Ward Byrkit
Guión: James Ward Byrkit y Alex Manugian
Intérpretes: Emily Baldoni, Maury Sterling, Nicholas Brendon, Elizabeth Gracen, Alex Manugian, Lauren Maher, Hugo Armstrong, Lorena Scafaria
Fotografía: Nic Sadler y Arlene Muller
Música: Kristin Øhrn Dyrud

El cine de ciencia ficción de los últimos años, curiosamente, está evolucionando en dos direcciones opuestas. La primera se dirige hacia la espectacularidad y la épica del estilo de cineastas como el Christopher Nolan de Interstellar (de la que hablaremos en breve). La otra vertiente apuesta por toda la fuerza de la paradoja construida desde el minimalismo. Este segundo grupo, al que pertenecerían cintas tan interesantes como Primer (2004) o Los cronocrímenes (2007) de Nacho Vigalondo, nace, probablemente, fruto de la necesidad. La unión, por un lado, del amor al género y, por otro, de la imposibilidad de contar con grandes presupuestos está dando lugar a productos que acentúan el ingenio y que, con muy pocos elementos, se postulan para competir sin ningún complejo en la liga de los grandes.

Sin llegar a la complejidad extrema de otras películas parecidas, Coherence explica la historia de un grupo de amigos que se reúnen para cenar la noche en que se verá a un cometa cruzar el cielo, según han anunciado en televisión. Durante la velada, charlan sobre el suceso inminente y alguien cuenta que, décadas atrás, después de un fenómeno astrológico similar, una mujer llamó a la policía diciendo que el hombre que estaba en su casa no era su marido porque ella misma lo había asesinado horas antes. Con esta premisa tan turbia y desconcertante, el director construye una trama de suspense interpersonal en el que prima tanto el drama costumbrista como el thriller sobrenatural.

El filme se asegura en todo momento de dar las suficientes pistas al espectador para que no se pierda entre las conjeturas filosóficas y las teorías de física cuántica que sostienen el terrorífico enredo. Dichas teorías, ya utilizadas en muchas otras ocasiones, dicho sea de paso, tienen poco de novedoso. Lo interesante de la propuesta es el realismo con el que se aborda la situación. Filmado casi con toques de vídeo casero, el guión es un trabajo ejemplar en su mezcla de texto con improvisación cuyo resultado son unos diálogos llenos de frescura, espontaneidad y verosimilitud absoluta.

Su otra gran virtud es su atmósfera. Enrarecida desde el primer minuto, logra inquietar al espectador haciéndolo sospechar de todos los personajes como si de una novela de Agatha Christie se tratara, pero sin trampas ni artificios. De esta manera, consigue atrapar nuestra atención durante sus 90 minutos, jugando con el misterio y la angustia existencial de los protagonistas y sus problemas de identidad interdimensionales. En el fondo, nos está hablando de la debilidad de los vínculos, la lucha por la supervivencia (real o social) y del miedo a desaparecer (de forma literal o metafórica). Todo esto desemboca en un final algo complaciente, muy propio del género y, por lo tanto, un poco previsible. No obstante, el malestar que traspira todo el recorrido deja un poso en el público difícil de sacarse de encima y artísticamente muy valioso. 

Recomendado para simpatizantes del gato de Schrödinger y sus derivados.
No recomendado para los que asocien ciencia ficción a grandes espectáculos y efectos especiales.

Infección de referentes

[Rec] 4: Apocalipsis (2014)

Dirección: Jaume Balagueró
Guión: Jaume Balagueró y Manu Díez
Intérpretes: Manuela Velasco, Paco Manzanedo, Héctor Colomé, Críspulo Cabezas, Ismael Fritschi, Mariano Venancio
Fotografía: Pablo Rosso
Música: Arnau Bataller

Más allá de la saga Torrente, la franquicia es un concepto que todavía le resulta extraño al cine español. Probablemente, ni siquiera los propios Balagueró y Plaza se imaginaban cuando irrumpieron en el mercado cinematográfico de hace siete años con [Rec] (2007) que llegarían (de momento) hasta la cuarta parte. Desgraciadamente, el buen estado de forma del invento en cuanto a recaudación parece que no se corresponde con los niveles de originalidad y calidad narrativa, bastante más bajos ya a estas alturas. Lo peor de esta nueva entrega que, supuestamente, pone punto final a la historia, es su ausencia casi total de los rasgos de identidad y, en general, el espíritu de la primera película. De hecho en [Rec] 3: Génesis (2012), ya habíamos dejado a un lado la cámara en mano pero, por lo menos, se potenciaba un sentido del humor que, de alguna manera, siempre había estado presente. Por el contrario, [Rec] 4: Apocalipsis es, básicamente, un filme de acción que copia (disfrazándolo de homenaje) la estructura de Aliens: El regreso (1986) de James Cameron. Así, más Teniente Ripley que nunca, nuestra heroína Ángela Vidal (Manuela Velasco) termina en un barco rodeada de musculados marines, científicos poco conscientes del peligro real y hasta un "monstruo" como punto de partida de la tragedia.

Por si esto fuera poco, también encontramos referencias directas a Braindead (1992), La cosa (1982), Estallido (1995) o Parque Jurásico (1993) que, teniendo en cuenta que esta vez el tono no es paródico, transmite cierta sensación de agotamiento creativo. De acuerdo que el ritmo y la factura visual son buenos, pero el producto resultante se pierde entre el exceso de guiños y el enésimo giro a su propia mitología (que ya había tenido dos interpretaciones distintas), olvidando por completo que el Macguffin es lo que al espectador menos le importa.

Aunque la acción se come gran parte del metraje, afortunadamente, no faltan buenas secuencias del terror más puro. Ahí es donde parece que Balagueró se siente más en casa y donde los fanáticos del género se sentirán más satisfechos. Las comparaciones, no obstante, son inevitables y, en ese sentido, le falta sorpresa e ironía respecto a las anteriores, además de echarse en falta la claustrofobia del edificio en cuarentena de las dos primeras partes. 

Pero, dejando a un lado que su propia herencia le pesa demasiado, que algunos actores resultan poco convincentes y que a la protagonista le falta un aliado masculino más carismático, la cinta se desarrolla con fluidez y es muy entretenida; a veces, incluso, espectacular. Y cuenta con unos estupendos efectos especiales cuyo mayor logro es, sin duda, el diseño de los monos. 

Recomendada para fanáticos de la saga y/o del género.
No recomendada para quienes no disfrutaron de las anteriores.

28 de octubre de 2014

Vidas al límite

Relatos salvajes (2014)

Dirección y guión: Damián Szifrón
Intérpretes: Ricardo Darín, Darío Grandinetti, Leonardo Sbaraglia, Érica Rivas, Julieta Zylberberg, Óscar Martínez, Rita Cortese
Fotografía: Javier Juliá
Música: Gustavo Santaolalla


Aunque se ha recurrido muchas veces a esta fórmula, sea en clave terrorífica o humorística, el género de las películas episódicas siempre ha sido un formato difícil. Fragmentar la tradicional narración única de 90 minutos ha dado, por lo general, resultados bastante mediocres en su conjunto, con un defecto común: la desigualdad entre episodios. Relatos salvajes es un ejemplo de cómo salirse airoso de esa, aparentemente, insalvable dificultad. Con un tono de áspera mezquindad y humor negro como único nexo en común, Damián Szifrón logra divertir a la audiencia con seis simpáticas gamberradas que no sufren ningún altibajo. El director cuida cada uno de los capítulos de esta sátira catártica dotándolos de una gran factura, un guión minucioso y una excelente planificación.

Una músico rencoroso, dos conductores agresivos, un ingeniero vengativo o una novia despechada son algunos de los personajes que pueblan este gran guiñol hiperrealista que trata de dar la máxima verosimilitud a cada una de las situaciones. Y es ahí donde radica su atractivo. Szifrón aborda personajes reales en situaciones extremas... pero sin perder de vista que son individuos normales llevados al límite. En ese contexto, es donde el humor fluye de forma más natural, honesta y valiosa.

En el filme hay espacio para la ironía y para la brocha gorda, para la violencia y la sutileza. Y, además, tiene el aval de estar protagonizado por grandísimos actores como Dario Grandinetti, Leonardo Sbaraglia o, sobre todo, un inmenso Ricardo Darín, cuyo fragmento sea, quizás, el más redondo de todos. La cinta habla de la degradación del ser humano, la pérdida de la dignidad y la miseria moral; pero también de la justicia poética, del gozo de perder los papeles o de nuestro apasionante (y reprimido) lado irracional. En el fondo, el espectador de los tiempos actuales, con el hartazgo de rabia reprimida que lleva dentro (contra los políticos, el sistema, los bancos o lo que sea...), estaba pidiendo a gritos este desparrame de diversión mezquina para purgar su frustración. Un desparrame, por cierto, muy bien medido.

Recomendado para indignados en busca de una buena catarsis.
No recomendado para personas de orden sin mucho sentido del humor.

23 de octubre de 2014

Angustia y deseo

Magical girl (2014)

Dirección y guión: Carlos Vermut
Intérpretes: Luis Bermejo, José Sacristán, Bárbara Lennie, Lucía Pollán, Israel Elejalde, Javier Botet, Elisabet Gelabert
Fotografía: Santiago Racaj

El rompecabezas que propone Carlos Vermut en Magical Girl, su (tan solo) segundo largometraje como director, no es un trepidante enredo policíaco al estilo Christopher Nolan ni la espiral onírica y efectista típica del cine de David Lynch. Sus influencias son otras y muy variadas. La historia, pese a sus aparentes elementos mágicos, no hace trampas, ni juega al despiste: simplemente se expone sin levantar nunca los pies del suelo. Con una franqueza extrema, cuenta el drama de un profesor de literatura en paro que trata de hacer realidad el último deseo de su hija de 12 años enferma de leucemia. Sin dinero y pocos recursos, traza un plan improvisado que desata una cadena de chantajes con inesperadas consecuencias.

Por su narración fragmentada y su crudeza (casi siempre fuera de campo), podemos encontrarle paralelismos con algunos de los trabajos de Michael Haneke. Pero buscar comparaciones es absurdo ante un universo tan particular que mezcla el cómic, el terror, el drama social, el manga y el suspense con una estética realista (rozando lo cutre), un montaje austero y una copla como principal banda sonora. El filme se gana al espectador sin prisa, escena a escena, persuadiéndolo con su lírica, su pesimismo, sus frases impactantes y esa atmósfera irrespirable, que no cesa de generar tensión, sin permitirnos el desahogo de ver la situación explotar.

La cinta es un puzzle inacabado (como el del personaje del soberbio José Sacristán) que el espectador tiene que completar con la cabeza o con el instinto. Una dualidad presente en sus tres protagonistas cuya lucha interna les llevará a la fatalidad. Desoladora, hermosa, genuina y cruel, cuidada hasta el más mínimo detalle con la inteligencia de un maestro del relato, es un ejemplo perfecto de cómo sugerir puede ser un millón de veces más efectivo que mostrar. La sencillez con la que explica el horror del mundo cotidiano la hace todavía más sobrecogedora. Es, en definitiva, un ejercicio de catarsis existencialista donde la ternura y la tragedia se unen con una naturalidad espeluznante. 

Recomendado para quienes busquen una catarsis sincera del conflicto entre razón e instinto.
No recomendado para espectadores demasiado sensibles al horror de lo que no se dice.

21 de octubre de 2014

Endiablada estructura

Perdida (Gone Girl, 2014)

Dirección: David Fincher
Guión: Gillian Flynn
Intérpretes: Ben Affleck, Rosamund Pike, Neil Patrick Harris, Tyler Perry, Kim Dickens, Missi Pyle
Fotografía: Jeff Cronenweth
Música: Trent Reznor y Atticus Ross

Que a David Fincher le gustan los retos es algo que nos ha quedado claro desde hace tiempo. Solo hay que pensar en la complejidad narrativa de algunas de sus películas, como por ejemplo The Game (1997) o El club de la lucha (1999). Inquieto como pocos, el minucioso cineasta parece decidido a llevar cada vez más lejos su personalidad obsesiva hacia la sofisticación del thriller, buscando estructuras con las que nadie se haya atrevido antes. Como ya demostró en la excelente Zodiac (2007), las reglas pueden cambiarse si lo que está en juego es el mensaje, una visión pesimista del mundo o un pulso de verosimilitud contra las expectativas del espectador.

Perdida no solo se aleja de los cánones del suspense tradicional o policíaco -al contrario de la también brillante Seven (1995)-, sino que los desafía, cambiando de película hasta un total de tres veces; como si mirara a Hitchcock con los ojos del siglo XXI. Lo cierto es que Fincher se lo pone difícil a sí mismo y, aun así, consigue salirse airoso de las carambolas temáticas del relato que, por cierto, ya incluía la novela original cuya autora también se ha encargado del guión. Como sucedía en La red social (2010), el Fincher más aparatoso da un paso atrás y deja que la historia hable por sí misma, lo que demuestra gran inteligencia por su parte. Así como el uso de Ben Affleck que, sin salir de su registro habitual, se transforma ante nuestros ojos en el actor perfecto para el papel: precisamente por su falta de carisma, su aparente torpeza y su aspecto de hombre atractivo y, al mismo tiempo, "normal y corriente".

Sin embargo, a la práctica, los riesgos del filme (básicamente, argumentales) tienen ciertos problemas de credibilidad. En algunas ocasiones, las sorpresas que esconde resultan una verdadera maravilla pero, en otras, giros demasiado bruscos para el espectador más racional. Lo que es cierto es que, en su aventura a través del "misterio que se convierte en un thriller del absurdo que se convierte en una sátira", según ha definido la cinta el mismo director, cuanta más información tiene el público sobre lo que realmente está pasando, mejor funciona el invento; lo que daría la razón al Hitchcock clásico que, decíamos, aquí parece estar tratando de actualizar.

Por su parte, las interpretaciones de Rosamund Pike y Neil Patrick Harris son una grata sorpresa, construyendo dos enfermizas figuras que acaban inundando de truculencia el universo entero en el que habitan. Ese tono amargo y enfermizo es, sin duda, lo mejor de la propuesta. Y es ese punto de vista el que hace auténticamente incisiva su crítica a los medios de comunicación y la manipulación en una sociedad donde la apariencia es más importante que los hechos. No podemos, de igual forma, dejar sin mencionar ese final tan desalentador y terrorífico como difícil de digerir. Esta vez, no estamos hablando de un asesino en serie megalomaníaco que quiere resarcir el mundo a través de sus crímenes, sino de un matrimonio de Missouri que bien podríamos ser nosotros mismos.

Recomendado para amantes de lo escabroso y los laberintos narrativos.
No recomendado para quienes todavía crean en los valores del matrimonio tradicional.

9 de octubre de 2014

Apocalipsis marca España

Torrente 5: Operación Eurovegas (2014)

Dirección y guión: Santiago Segura
Intérpretes: Santiago Segura, Julián López, Jesús Janeiro, Alec Baldwin, Fernando Esteso, Carlos Areces, Angy Fernández, Anna Simon, Neus Asensi, Chus Lampreave, Florentino Fernández, Cañita Brava, Josema Yuste, José Mota, Santiago Urrialde, Falete, El Gran Wyoming
Fotografía: Teo Delgado
Música: Roque Baños
Fue a partir de su tercera entrega cuando Santiago Segura decidió que su exitosa saga era el vehículo perfecto para, desde una óptica casposa, parodiar sus subgéneros preferidos del cine comercial norteamericano. Así, igual que Torrente 3: El Protector (2005) se reía en gran parte de El guardaespaldas (1992) y Torrente 4: Lethal Crisis (2011), del cine carcelario, con la quinta entrega le ha tocado el turno al cine de atracos glamurosos al estilo La cuadrilla de los once (1960) o, mejor dicho, su remake Ocean's Eleven (2001). El resultado es un batiburrillo entre el humor más soez y asqueroso marca de la casa y ya bastante desgastado, y genialidades estrambóticas como juntar a Cañita Brava, Chus Lampreave y Alec Baldwin en un mismo filme.

En realidad, lo más interesante de este nuevo Torrente es el salto a la política-ficción futurista que ha adoptado y que es lo verdaderamente novedoso de la propuesta. La acción se sitúa en el año 2018, cuando el personaje sale de la cárcel y se encuentra una España devastada por la crisis económica, expulsada de la Unión Europea, con una Cataluña independiente y el retorno a la peseta. Este nuevo marco abre todo un universo de posibilidades donde emergen las mejores ocurrencias de Segura y que, principalmente, malgasta en su prólogo y en diálogos artificialmente informativos. Y es que, como ya pasaba en las anteriores, Torrente 5: Operación Eurovegas vale más por sus ideas que por cómo se llevan a cabo.

Sin embargo, la factura de la cinta es espectacular. Hay que reconocer que Segura ha intentado siempre, en la medida de sus posibilidades, que el producto que nos vende sea visualmente impecable. Y, en ese sentido, esta secuela es una de las mejor acabadas. Ya va siendo hora que los Premios Goya se lo reconozcan en alguna de las categorías técnicas, ya que escenas como la secuencia del avión no se han visto mucho en nuestro cine.

En términos de ritmo, ha ganado también respecto a las dos precedentes. La trama del robo le ha ayudado en dos sentidos: primero, a restarle a Torrente (que le tenemos muy visto) parte del protagonismo para dividirlo entre los once freaks. De todos ellos, cabe destacar un divertidísimo Carlos Areces que da una lección de contención cómica antológica. En segundo lugar, el robo le otorga al guión un objetivo mucho más definido que obliga a centrar la historia y no irse tanto por las ramas de situaciones inconexas. Podemos decir que toda la secuencia del atraco (dejando aparte la primera película) es de lo mejor de la saga.  Por lo demás, siguen sobrando cameos (entorpecen más que otra cosa) y amiguetismo (Jesulín solo funciona de verdad en los gags de slapstick).

Pero Santiago Segura puede estar contento con el resultado (por momentos, parece un Torrente de Álex de la Iglesia), sus elegantes títulos de crédito al estilo dibujos de los años 60, la canción interpretada por Mónica Naranjo, el hermoso homenaje a Tony Leblanc y su fidelidad a los fans y a sí mismo. Ojalá hubiera sido lo bastante valiente, dado que, esta vez, el resultado no es de vergüenza ajena, de matar definitivamente el personaje. Así, quizás, podríamos verle dirigir otras historias, ahora que nos ha quedado claro que tiene muchas más cosas que decir sobre la España en que vivimos.

Recomendado para incondicionales de Torrente y alguno que se agotó por el camino.
No recomendado para quienes nunca le vieron nada más detrás del asco que produce.

28 de septiembre de 2014

Suspense y opresión castiza

La isla mínima (2014)

Dirección: Alberto Rodríguez
Guión: Alberto Rodríguez y Rafael Cobos
Intérpretes: Raúl Arévalo, Javier Gutiérrez, Nerea Barros, Antonio de la Torre, Jesús Castro, Jesús Carroza, Manolo Solo
Fotografía: Alex Catalán
Música: Julio de la Rosa

A estas alturas, definitivamente ha dejado de tener sentido seguir insistiendo en que el cine español es mucho más que dramas sobre la Guerra Civil. De sobras está demostrado (y lo avala cierta reputación internacional) que hay talento suficiente en este país como para abordar sin complejos cualquier género y obtener un gran resultado sin, además, perder identidad nacional. Ambientada en las marismas del Guadalquivir, en la Andalucía de 1980, La isla mínima es un thriller asfixiante, con un guión minucioso y sagaz y una factura asombrosa cuya carta de presentación incluye una serie de planos aéreos tan hermosos como inquietantes. De la misma forma en que Alberto Rodríguez utiliza esos planos cenitales para decirnos en imágenes lo que difícilmente se puede explicar de forma menos simbólica, todo el filme está lleno de pequeños detalles que enriquecen las capas interpretativas de la historia. Estamos ante una cinta que te entra por los sentidos. Te atrapa. Te hipnotiza. 

El juego de contrastes entre el paraíso natural que contemplamos en contraposición al infierno interior que viven los personajes es de una riqueza narrativa admirable. Encontramos un contexto político, sociológico y psicológico aterrador de una España incapaz de salir del marco de la dictadura fascista. La España de los pueblos, el machismo, la opresión, la violencia, el miedo y el silencio. Una representación cruel e implacable de los principios de una década que se suele asociar a la liberación, la movida madrileña y la democracia, y de la que nunca se nos muestra su rostros más opaco.

Fascinantes las interpretaciones de todo el plantel de actores, cabe destacar a un portentoso Javier Gutiérrez encarnando a un policía atormentado por su pasado y con un método muy particular de impartir justicia. Su mirada turbia y todo el misterio que envuelve su interpretación sorprenderán gratamente a aquellos que solo lo conozcan por sus papeles más cómicos. Un cada vez mejor Raúl Arévalo como antagónico compañero de fatigas y el siempre brillante Antonio de la Torre, entre otros, completan un reparto muy a la altura de las circunstancias.

También es cierto que la trama parece dejar algunos cabos sueltos que no tienen verdadera relevancia para la resolución del caso, pero sí pueden transmitir un cierto desconcierto en el espectador. No sabemos si era esa la intención o es que algunas escenas han sido sacrificados en la sala de montaje en favor del ritmo. En cualquier caso, resultan solo detalles a pulir de esta película de suspense con mayúsculas que, caminando por terrenos pantanosos, sale airosa y aguanta sin problemas cualquier comparación con otras historias policiales americanas como la de la reciente serie True detective con la que guarda varios puntos en común.

Recomendado para amantes del buen thriller con espíritu crítico y profundidad.
No recomendado para los que quieran seguir recordando los ochenta como la España de Alaska y Almodóvar.

24 de septiembre de 2014

La vida en imágenes

Boyhood. Momentos de una vida (Boyhood, 2014)

Dirección y guión: Richard Linklater
Intérpretes: Ellar Coltrane, Patricia Arquette, Ethan Hawke, Lorelei Linklater, Jordan Howard
Fotografía: Lee Daniel, y Shane Kelly
Música: Varios

Muchas cosas se le pueden achacar al cine de Richard Linklater (como que, a veces, se pasa de pedante o que no siempre acierta) pero lo que no se le puede negar es su valentía a la hora de abordar proyectos experimentales. Desde su arriesgada Slacker (1991) en la que paseaba aleatoriamente su cámara por la ciudad de Austin (Texas) para mostrarnos las aparentemente triviales conversaciones de sus habitantes, muchas son las ocasiones en las que ha coqueteado con el hiperrealismo o la idea del paso del tiempo. Hasta ahora, su acercamiento mejor logrado y definido a esta obsesión era la trilogía romántica protagonizada Ethan Hawke y Julie Delpy que culminó con la inteligentísima y madura Antes del anochecer (2013). Lo que muchos no sabían es que desde 2002 Linklater había estado filmando (simultáneamente a las otras once películas que ha estrenado en este tiempo) la que es, hasta el momento, la obra maestra de su carrera.

En muchos aspectos, Boyhood es una historia convencional. Al fin y al cabo, el tránsito de la niñez a la juventud es un tema que muchos directores han tratado antes. Lo verdaderamente innovador de esta propuesta y lo que la hace única es que se ha filmado a tiempo real, acompañando el crecimiento del actor protagonista rodando con él cada verano desde que tenía 6 años hasta que cumplió 18. Esta gesta que pocos directores se atreverían a abordar de esta manera, le proporciona a la cinta un material excepcional que provoca un impacto indescriptible para el espectador que nunca hubiese causado ni el maquillaje ni ningún tipo de efecto digital.

El director de Despertando a la vida (2002) juega también con el montaje, evitando cualquier transición explicativa; como si quisiera ponerlo difícil de manera que, entre tanta cotidianidad, cuando menos te lo esperas, te das cuenta de que ha vuelto a pasar un año en el filme. Y así, con toda naturalidad, vemos crecer al pequeño Mason (Ellar Coltrane) y a su familia hasta acabar sintiéndola como nuestra. En este sentido, la evolución de la madre (Patricia Arquette) es también especialmente llamativa, por sus cambios físicos por un lado, pero también por su particular crecimiento personal como adulta, lo que encierra parte del mensaje de la película.

El guión no evita el drama pero tampoco se ceba con él. Lo incluye como parte de un todo inabarcable junto al humor, los diálogos reflexivos, las conversaciones intrascendente y los avances tecnológicos. Aunque la mayor parte del tiempo, prefiere detenerse en los momentos secundarios de las vivencias del personaje; como si del teatro de la vida, eligiera mostrarnos solamente lo que pasa entre bastidores. Pero lo más sorprendente es cómo, al terminar el visionado, recordaremos las pequeñas piezas introducidas en nuestra memoria visual como si de auténticos recuerdos se tratara (nuestros o de alguien muy cercano a nosotros).

No hay duda de que, con todo esto, y pese a no tener un ritmo perfecto (tampoco lo tiene la vida, al fin y al cabo), Linklater ha marcado un hito en la historia cinematográfica que será recordado, quizás como rareza, pero, en cualquier caso, difícilmente igualable en su autenticidad, honestidad y belleza. 

Recomendado para los que quieran asistir a toda una experiencia emotiva y poco común.
No recomendado para enemigos del hiperrealismo, la vitalidad y el riesgo.

12 de septiembre de 2014

Realista acción fronteriza

El niño (2014)

Dirección: Daniel Monzón
Guión: Daniel Monzón y Jorge Guerricaechevarría
Intérpretes: Luis Tosar, Jesús Castro, Eduard Fernández, Sergi López, Bárbara Lennie, Jesús Carroza
Fotografía: Carles Gusi
Música: Roque Baños

Desde su primera película, la peculiar El corazón del guerrero (2000), Daniel Monzón ha mostrado siempre una sana obsesión por ampliar los horizontes del cine español, abordando sin complejos todo tipo de historias de género. Tras el cine aventuras, el subgénero de grandes atracos o el thriller carcelario, en esta ocasión le ha tocado el turno al drama de acción fronterizo. El niño tiene poco que envidiar a cualquier blockbuster norteamericano en términos de factura técnica y algunas lecciones que dar en cuanto a solidez argumental. El trabajo de investigación que hay detrás del guión ha aportado un realismo y una consistencia poco habituales en este tipo de cintas. Narrativamente muy pensada, llena de detalles extraídos de esa documentación previa, Mozón, junto a su habitual co-guionista Jorge Guerricaechevarría, ha conseguido narrar los conflictos del narcotráfico que se suceden todos los días en el estrecho de Gibraltar a través de una ficción artesanal, acertadamente tosca, que apenas decae.

Desgraciadamente, la sombra de la excelente Celda 211 (2009) es alargada y eclipsa en cierta forma las virtudes de este nuevo filme. La atmósfera claustrofóbica y su angustiosa tensión han sido sustituidas aquí por trepidantes escenas de persecuciones en mar abierto, rodadas sin efectos digitales ni dobles, que impresionan por su pureza visual. Sin embargo, El niño no deja la misma mella emocional, ni resulta tan impactante, incluso tiene algunos pasajes (como la ingenua historia de amor) que deberían haberse obviado o hecho de otra manera.

Lo mejor del cine de Monzón, según ha ido madurando como cineasta, además de su buen pulso y una marcada personalidad como autor comercial, es que plantea universos en los que no hay buenos ni malos. Como espectador deseas, según la escena, que todos los personajes consigan sus objetivos, incluso aunque se contradigan entre ellos; son de carne y hueso, tienen aristas, están lejos del estereotipo. El gran talento de los actores es también, en buena parte, responsable de este logro, especialmente, el de los veteranos. En cambio, el protagonista Jesús Castro arrastra demasiados tics de debutante; cumple, pero aprobando "justito". Suerte del desparpajo de Jesús Carroza que interpreta a su simpático y perdedor compañero de aventuras con toda la gracia, naturalidad y caradura que a él le falta. Carroza marca involuntariamente el espíritu de este filme que es mezcla de acentos y humor fino; porque, a pesar de un cierto aire de denuncia, su afán es sobre todo festivo. Sin perder (esto es importante) su denominación de origen.

Recomendado para aficionados al cine de acción escrito con realismo e inteligencia.
No recomendado para quienes busquen algo así como una secuela de Celda 211.