20 de junio de 2013

Psicología de la soledad

The Master (The Master, 2012)

Dirección y guión: Paul Thomas Anderson
Intérpretes: Joaquin Phoenix, Philip Seymour Hoffman, Amy Adams, Laura Dern, Kevin J. O'Connor.
Fotografía: Mihai Malaimare Jr.
Música: Jonny Greenwood


Constantemente comparado con Kubrick o Terrence Malick, el cine de Paul Thomas Anderson lleva tiempo, en realidad, emancipado de cualquier referente cinematográfico que podamos achacarle. Desde la poderosa Magnolia (1999), su obsesión por la creación de inquietantes atmósferas basadas en la psicología de los personajes ha ido en aumento hasta alcanzar su cenit con el choque de personalidades que es principalmente The Master. 

Anderson ha desnudado su técnica para dejar todo el peso de la película sobre las soberbias interpretaciones de Joaquin Phoenix y Philip Seymour Hoffman cuyos trabajos, antagónicos y, sin embargo, concordantes, se retroalimentan enfermizamente como hacen sus personajes en la historia. Tal es la apuesta del director por sus actores que la narración ondula entre minimalista e inexistente. El foco está puesto sobre la torturada psique de Freddie Quell (Phoenix), veterano de guerra, alcohólico y obsesionado con el sexo, y en su relación paternofilial con Lancaster Dodd (Hoffman), el líder de una secta en auge denominada La Causa. 

Los paralelismos entre La Causa y la iglesia de la Cienciología resultan en última instancia irrelevantes. Lo que a Anderson le importa no es hablarnos del nacimiento de una secta en concreto, sino del origen de una necesidad emocional que surge espontáneamente entre dos seres solitarios y que se extrapola al estado de ánimo de la Norteamérica de los años 50. La fijación de este director por las familias toma aquí un nuevo cariz del que cabe destacar el personaje de Amy Adams (la esposa de Dodd): misteriosa, sutil y turbadora figura en la sombra que vale más por lo que se nos oculta de ella que por lo que se nos cuenta.

The Master, comunión perfecta entre clasicismo y modernidad, no será, no obstante, del gusto de todos los paladares. Su torbellino afectivo lleno de momentos intensos puede hacer rehuir a algunos espectadores que no encontrarán una estructura clara a la que agarrarse. Pero si se consigue entrar en el universo de Anderson y se conecta con la travesía psicológica del dolor de Freddie Quell, el viaje puede llegar a ser inolvidable.

Recomendado para acólitos de Anderson y cualquiera de sus nuevo adeptos.
No recomendado para alérgicos a la ambigüedad narrativa.

12 de junio de 2013

Fascinante viaje en limusina

Holy Motors (Holy Motors, 2012)

Dirección y guión: Léos Carax
Intérpretes: Denis Lavant, Edith Scob, Eva Mendes, Kylie Minogue, Michel Piccoli.
Fotografía: Yves Cape y Caroline Champetier
Música: Neil Hannon


Con los tiempos que corren de hipsterismo generalizado, no es tarea fácil enfrentarse a una película tan especial como Holy motors sin que sobrevuele la sospecha de encontrarnos ante un ejercicio de postureo superlativo. Hoy que el cine ha sido engullido por la industria y hasta las películas más independientes nacen teñidas de una intencionalidad comercial, en la búsqueda desesperada de una etiqueta que las convierta en un éxito, no es raro el temor a que se nos esté vendiendo "moto por liebre". No sería la primera vez que un filme se idea con el propósito de resultar moderno, transgresor, polémico o de culto, cuando estos calificativos deberían surgir de forma natural al final del proceso y de boca del espectador.

Ante tanta incertidumbre, lo único a lo que nos podemos aferrar, más allá de todo discurso, es a la sensación pura: lo que la película nos hace sentir; la carga emocional que deposita en nosotros. Es en este terreno donde Holy motors vence por goleada y despeja cualquier duda acerca de su posible calidad de producto con personalidad impostada. Su desparrame visual y su sinfín de recursos imaginativos termina por convertir su historia en toda una experiencia. 

Léos Carax retoma la idea barroca del mundo como representación pero desde un enfoque actual, posmoderno y tecnológico. Se trata de un viaje fascinante a través de nueve fragmentos en los que quedan de manifiesto los rasgos más artificiales de nuestra sociedad. A través de Oscar, el protagonista (un soberbio Denis Lavant, cuyo trabajo actoral es de lo mejor que se ha visto en años), comprendemos que la vida es un constante simulacro de situaciones en las que interpretamos cada vez un personaje distinto: un amante salvaje, un padre consternado, un joven enamorado, un asesino... La vida como tal ha dejado de existir desde que el amor, la pasión, el sexo y la muerte no son más que eventos pre-programados. Hablamos de la vida no como un arte, sino como un trabajo. 

Sin embargo, si la visión de Carax alberga alguna esperanza, es la depositada sobre la "belleza del gesto": ese hermoso clavo ardiendo que nos empuja a salir a actuar aunque nadie esté mirando. Esta dualidad entre posturas (frente a la vida y frente al cine) es constante en la odisea de Holy motors. Y tal periplo hipnótico no podía tener otro medio de transporte que una limusina: vehículo de lujo (puesto que es un lujo tener dónde esconderse) que sirve de camerino y refugio, y el único lugar en el que se puede ser uno mismo. Es ahí donde el personaje de Oscar tomará fuerzas para cambiar de personalidad, de vida y de forma, mostrándose tan camaleónico como el propio filme, con el que comparte la cualidad de parecer inagotable.

Quien honestamente crea que en el cine actual hay una flagrante falta de ideas innovadoras, que eche un vistazo a Holy motors y se dará cuenta de que está todo por inventar.

Recomendado para ávidos de nuevas experiencia visuales.
No recomendado para los que encaran el cine desde una perspectiva únicamente racional.

10 de junio de 2013

La educación nociva

Los niños salvajes (Els nens salvatges, 2012)

Dirección: Patricia Ferreira
Guión: Patricia Ferreira y Virginia Yagüe.
Intérpretes: Marina Comas, Àlex Monner, Albert Baró, Aina Clotet, Ana Fernández, Eduardo Velasco, Mercè Pons, Xavier Ripoll.
Fotografía: Sergi Gallardo
Música: Pablo Cervantes


Antes de entrar a valorar Los niños salvajes de Patricia Ferreira, tenemos que reconocer el mérito a Albert Espinosa de marcar una tendencia hacia un realismo de calidad en nuestra ficción cinematográfica y televisiva. Desde los guiones de Planta cuarta (2003), Tu vida en 65' (2006) y Héroes (2009) hasta la serie Pulseras rojas (que supuso su reconocimiento definitivo), ha labrado más que un estilo toda una filosofía a la hora de apostar por la naturalidad más absoluta tanto de sus historias como de toda una nueva generación de grandes actores que, podemos decirlo ya, ha descubierto.

Los niños salvajes bebe indudablemente del universo de Espinosa aunque con un aire más urbano, restándole poesía y nostalgia al tono general. El resultado es un duro retrato del abismo de entendimiento que existe entre adultos (padres/profesores) y los jóvenes de hoy en día. Ferreira demuestra un gran conocimiento del problema en su nivel más global y no le tiembla el pulso denunciando, con una simple exposición de hechos, los aspectos más dañinos de nuestro sistema de enseñanza.

Los tres protagonistas del filme simbolizan tres formas distintas de explotar frente a la opresión bienintencionada (o, por lo menos, poco consciente) de sus mayores. Ferreira parece advertirnos que, en ocasiones, las tragedias están llenas de matices pero que, si observamos bien, se las puede intuir; que las apariencias engañan; que, a veces, detrás del ruido no hay nada. Esta contundencia en el discurso es quizás lo que hace que el guión de la película resulte demasiado pretencioso en su último tramo perdiendo así parte de la verosimilitud que se había ganado durante todo el camino: secundarios tridimensionales, mezcla de catalán y castellano, escenarios perfectamente ambientados, etcétera. Aunque el desgraciado final funciona perfectamente como giro y como motor de toda la narración, es verdaderamente exagerado en comparación a la sobriedad del resto, que es finalmente, su principal virtud.

Recomendado para padres, madres, profesores/as y adolescentes.
No recomendado para educadores cerrados a la autocrítica.