29 de octubre de 2013

Perdidos en el espacio

Gravity (Gravity, 2013)

Dirección: Alfonso Cuarón
Guión: Alfonso Cuarón y Jonás Cuarón
Intérpretes: Sandra Bullock, George Clooney.
Fotografía: Emmanuel Lubezki
Música: Steven Price


El interés de los directores por el tema del hombre enfrentado a la negra inmensidad del espacio se remonta a los propios inicios del cine. Desde aquel Viaje a la luna (1902) de George Méliès hasta la actualidad, muchos han sido los que han elegido enmarcar sus historias en la turbadora quietud del universo. A veces, puro divertimento (véase sagas como Star Wars o Star Trek), otras como ejercicio de reflexión metafísica, por ejemplo, Moon (2009), la cuestión es que, entre los avances tecnológicos y la portentosa imaginación de algunos cineastas, parece que el género todavía admite innovación y gratas sorpresas.

Gravity parte de una premisa universal, como es la lucha por sobrevivir frente a circunstancias adversas, y la sitúa en un entorno totalmente nuevo para el espectador (al menos en los términos planteados). Visualmente apabullante, bellísima y espectacular, la película es un verdadero viaje emocional en el que pocas veces hemos estado tan cerca de sentir lo mismo que, en este caso, la protagonista siente: una Sandra Bullock, por cierto, excelente, prejuicios aparte. Alfonso Cuarón, que ya había demostrado su magistral uso de la cámara en Hijos de los hombres (2006), ha hecho desaparecer cualquier limitación técnica para combinar a su gusto los planos secuencia con los cortes, la subjetividad con la visión periférica, o la sensación de ingravidez, con la de asfixia, miedo o aislamiento.

El guión es verdaderamente efectivo en cuanto a su simplicidad: marcando a cada paso los objetivos (y superobjetivos) de nuestra heroína y los obstáculos que debe superar para salvarse. Sorprende, no renuncia a los giros argumentales (hasta el final no sabemos si logrará o no sobrevivir), contiene los clásicos momentos de triunfo y crisis, y trata de dimensionalizar al máximo los personajes en la medida en que el relato lo permite.

Claustrofóbica y angustiante como Alien, el octavo pasajero (1979), juega sabiamente con la música y el silencio. Además, está realizada con una inusual verosimilitud, cuidando hasta el más mínimo detalle: desde las pequeñas piezas flotantes de la nave accidentada o la luz, hasta el exquisito uso del sonido en los golpes y explosiones (inquietatemente sordo, puesto que no hay sonido en el espacio).

De esta manera, Cuarón supera con creces el reto en todos los aspectos y desborda creativamente las restricciones del punto de partida. De acuerdo que no contiene el trasfondo filosófico de otras cintas de ciencia ficción como 2001: Una odisea del espacio (1969), pero -permitamos el tópico- es cine en estado puro, algo cada vez más difícil de encontrar. Con su inmejorable factura y su arrolladora fuerza narrativa, francamente, no necesita nada más.

Recomendado para quienes hayan perdido la fe en los efectos especiales al servicio del buen cine.
No recomendado para espectadores demasiado empáticos (podría superarles tanta tensión).

15 de octubre de 2013

El triste y tórrido verano

El chico del periódico (The Paperboy, 2012)

Dirección: Lee Daniels
Guión: Lee Daniels y Peter Dexter
Intérpretes: Matthew McConaughey, Zac Efron, John Cusack, Nicole Kidman, Scott Glenn, David Oyelowo, Macy Gray.
Fotografía: Roberto Schaefer
Música: Mario Grigorov


Aunque quizás todavía es pronto para hacer una valoración del cine de Lee Daniels, podríamos aventurar, por lo que nos ha ofrecido hasta ahora y basándonos principalmente en El chico del periódico, que estamos ante un director básicamente estético. Nunca sabremos lo que habría sido esta película en manos de Pedro Almódovar, aunque podemos intuir por qué le interesó al manchego durante un tiempo que fuera su debut americano. El alto contenido sexual, las dosis de violencia, una trama policial y algún momento provocador (como el de Nicole Kidman orinando sobre Zac Efron en la playa) son algunos de los ingredientes de este extraño cóctel basado en la novela de Peter Dexter. 

Por algún motivo, según avanza la película, da la sensación de que a Daniels no le importa demasiado el relato que está contando. Las tramas se entremezclan de una manera algo aislada, mientras que el director de Precious (2009) se detiene en la ambientación, los pequeños detalles de sus actores y, sobre todo, en recrear la asfixiante atmósfera de la Florida de los años 60. Todo esto hace que el filme encarne perfectamente la época y además transmita la lascivia y el malestar que transpiran los personajes. No obstante, tan rico visualmente es el producto como también pobre en su narración. La mirada del espectador se pierde entre el drama y la intriga, alternativamente, con la incertidumbre de no saber por dónde se va a decantar todo el conjunto, mientras Daniels se recrea en el cuerpo de Zac Efron al que toma por momentos como un fetiche obsesivo.

El sudor, la represión y el aroma trágico al más estilo Tennessee Williams hacen que no se pierda del todo el interés. Además, a parte de Efron postulándose como el nuevo Leonardo DiCaprio (ya veremos si lo consigue), tenemos a una más que atrevida Nicole Kidman dándolo todo por la película y un impecable Matthew McConaughey (cuyo talento cada vez sorprende menos) que elevan la calidad de la apuesta para hacer de su visionado una experiencia nada desdeñable.

Recomendado para degustadores de mezclas exóticas y fans del cuerpo de Zac Efron.
No recomendado si se busca contundencia expositiva.

8 de octubre de 2013

El ocaso de Shyamalan

After Earth (After Earth, 2013)

Dirección: M. Night Shyamalan
Guión: Gary Whitta, M. Night Shyamalan y Will Smith
Intérpretes: Will Smith, Jaden Smith, Isabelle Fuhrman, Zoë Kravitz, Sophie Okonedo.
Fotografía: Peter Suschitzky
Música: James Newton Howard


Tras el rotundo éxito de crítica y público que supuso su salto a la popularidad con El sexto sentido (1999), nadie podía prever que llegaría un día en que el otrora admirado M. Night Shyamalan terminaría convirtiéndose en veneno para la taquilla. Desde aquella fabulosa historia de fantasmas de aroma clásico e intensidad visionaria, han pasado ya siete películas, de las cuales solamente Señales (2002) o El bosque (2004) fueron algo más que una buena idea poco aprovechada o una atmósfera tan lograda como vacía de contenido. Antes de tocar fondo (tanto cualitativa como comercialmente) con Airbender: el último guerrero (2010), todavía quedaban ciertas esperanzas de resurrección. Pero, visto lo visto, todo apunta a que, a partir de ahora, va a tener que dedicarse a dirigir encargos o refugiarse en la televisión.

Es posible que con After Earth haya dejado pasar la última oportunidad de firmar un éxito cinematográfico. Basada en una idea original de Will Smith (reclamo hasta ahora infalible) para lucimiento expreso de su hijo Jaden, la historia cuenta el periplo de un joven que, para salvar a su padre tras un accidente espacial, tiene que atravesar una jungla llena de peligros. El escenario representa una Tierra del futuro, llena de extrañas criaturas y despoblada de seres humanos. Con este argumento bastante convencional, solo quedaba esperar que la cinta fuese lo bastante emocionante como para perdonarle al director de origen indio la fuerte carga moralista del relato, su previsibilidad y su conservadurismo. Desgraciadamente, solo cuenta con dos momentos verdaderamente entretenidos. El resto de metraje se detiene en secuencias paisajísticas tan hermosas como anodinas y en la mirada de absoluto desconcierto de Jaden Smith que, francamente, parece no haber nacido para esto.

Así que, a parte de ciertos recursos narrativos y algún plano que evoca la mano del que un día fue considerado "autor", el filme no tiene ni ritmo ni interés y, por si fuera poco, ofrece el papel más insípido y antipático de la carrera completa de Will Smith.

Recomendado para los que gusten del diseño de una planeta Tierra post-humanista.
No recomendado para los que esperen el retorno del mejor Shyamalan.

4 de octubre de 2013

Los límites del laberinto

Trance (Trance, 2013)

Direccion: Danny Boyle
Guión: Joe Ahearne y John Hodge
Intérpretes: James McAvoy, Vincent Cassel, Rosario Dawson, Matt Cross, Tuppence Middleton, Danny Sapani.
Fotografía: Anthony Dod Mantle
Música: Rick Smith
Las distintas incursiones del cine en la complejidad de la mente han dado desde siempre la oportunidad a numerosos directores de explorar sugestivos universos visuales sobre el miedo, la muerte y el deseo del ser humano. El psicoanálisis (tan antiguo como el séptimo arte) ha ayudado a inspirar estas historias otorgándoles la dualidad consciente/inconsciente que tan útil ha resultado en cuanto al manejo de la información en el thriller. Danny Boyle ha sido el último en subirse al carro del noir pseudofreudiano que en los últimos años ha puesto de moda Christopher Nolan con Memento (2000) y, sobre todo, con la hegemónica Origen (2010). La particular aportación de Boyle es muy digna, aunque con un resultado poco novedoso para un género tan manido.

A diferencia de Hitchcock en Recuerda (1945), que contaba con los diseños oníricos de Salvador Dalí, Boyle ha preferido desnudar la película de cualquier eco surrealista, apostando todas sus cartas a un realismo instintivo y sexual más cerca de Cronenberg que de las maquetas de Michel Gondry. Así, su único trazo pictórico está en el cuadro de Goya que sirve de excusa para el desarrollo de toda la trama y que, en ciertos momentos, incluso dejará de tener importancia. 

Como sucede a veces, los giros de guión que buscan sorprender al espectador y, así, mantener su atención, generan desconcierto, especialmente cuando empujan el tono del filme hacia el melodrama. Sin embargo, dos grandes pilares sostienen el armazón de tan particular laberinto narrativo: primero, el enigmático pulso de Boyle que transmite una energía única a todo lo que toca; y, segundo, la sugestiva participación de una Rosario Dawson más misteriosa y deseable que nunca. Su sola presencia inunda la atmósfera de la carnalidad necesaria para dar sentido a todo el conjunto. Desgraciadamente, sus compañeros de reparto cuentan con personajes mucho menos definidos (a penas sabemos nada de ellos más allá de sus acciones), lo que empobrece enormemente el relato que, además, no se endereza hasta su tramo final (sin duda, la mejor parte) en el que se cierran todos los cabos sueltos salvando la cinta en el último minuto.

Recomendado para espectadores más instintivos que conscientes.
No recomendado si eres más de Transpotting (1996) que de Origen.